Escatología conquense
Nadie puede dudar que la Cuenca levítica entre peñascos es una ciudad muy escatológica, en la acepción mística y espiritual de este curioso palabro que tan bien se presta a la ambigüedad ladina y a la ruin malicia. Pero hoy aquí no toca sesión de metafísica, sino que vamos a ocuparnos de la otra escatología conquense, sirviéndonos para ello uno de los elementos más pintorescos de la arquitectura popular de Cuenca, artilugio singular y pasmo de los siglos: el retrete colgado (que no colgante). Así que, vista la peculiar enjundia del tema a tratar, ruego aquí a cuanta alma sensible lea estas líneas para que recapacite acerca de continuar su lectura o al menos la disponga, o bien para en antes de la canóniga, o bien para después de la siesta. Se puede comenzar aseverando que el asunto de los orígenes de los excusados suspendidos de la vieja Cuenca anda en opinión desde los años de Maricastaña. Así, Cide Hamete Benengeli (el mismo que le chivó al Manco de Lepanto la his