Puente del Castellar
Uno de los más hermosos puentes de toda la provincia de Cuenca. Del Puente del Castellar sobre el Júcar se ha dicho de todo: que si romano, que si islámico, que si bajomedieval. Realmente es del siglo XVI, levantado entre 1552 y 1554 por el Cabildo de la Catedral de Cuenca para vertebrar, con un paso propio, el Camino Real de Granada y la Cañada Real de los Serranos con las numerosas posesiones que la catedral y la mitra conquenses poseían a ambos lados del río, desde la Obispalía a las enormes dehesas de Alcolea y Fuenlabrada, pasando por infinidad de propiedades menores. El lugar, bajo un asentamiento de la Edad del Hierro y junto a un importante molino y batán, tuvo que ser un punto ancestral de cruce del río, aunque a diferencia de los vecinos puentes de Palmero y Talayuelas aquí no hay evidencia de obra anterior al Quinientos.
El puente perteneció a la Mesa Capitular de la Catedral de Cuenca hasta el siglo XIX, junto con el inmediato Molino del Castellar, que tenía siete piedras y dos pilas de batán. El Cabildo arrendaba el molino a particulares, como era costumbre, y al menos en el siglo XVIII (y según el Catastro de Ensenada) el arrendamiento del molino llevaba aparejado el cobro del pontazgo. Aunque eran heredades pequeñas, la Catedral tenía propiedades en Fresneda (unas 5 hectáreas), Mota de Altarejos (130 hectáreas), Albaladejo del Cuende (63 hectáreas), Olivares de Júcar (247 hectáreas) y Valdeganga (243 hectáreas), casi todas las poblaciones vecinas al puente. La mayor parte de estas tierras era una miríada de minifundios dispersos (por ejemplo, en Olivares las 247 hectáreas correspondían a 203 parcelas). También la Catedral tenía al menos otro molino cercano, el del Marqués, en Olivares. Esta acumulación de propiedades (a la vez muy dispersas por toda el área, y en las dos riberas) influyó sin duda en la construcción del Puente del Castellar, además del paso ganadero (los pontazgos parece que se centraban en el cobro a ganados) y de afianzar un eje directo de comunicación entre los dos grandes señoríos eclesiásticos de la mitra conquense: la Obispalía, y Paracuellos-Monteagudo. Aquí entraban a colación otros géneros, como la sal (de Monteagudo) o la madera, que suministraban las dos grandes dehesas, Alcolea (de propiedad episcopal) y Fuenlabrada, en Olmeda del Rey, del propio cabildo catedralicio. La calzada romana no pasaba por aquí, sino más al sur, por el Puente de Talayuelas, hoy bajo las aguas (a veces) del Pantano de Alarcón, por donde también cruzaba el Camino Real.
Hasta hace unos años la vieja carretera nacional pasaba junto al puente, con lo que ver allí coches parados y curiosos era frecuente. El actual trazado a partir del moderno puente del Castellar lo deja oculto e invisible desde la carretera. El abandono de la estructura es completo, en un lento pero constante deterioro que con el paso del tiempo acabará provocando un problema serio. Las fotos no son de las mejores que se pueden tirar en el lugar, en un día de horno y con el río menguado por el estiaje, pero una breve parada aquí siempre merece la pena.
El puente perteneció a la Mesa Capitular de la Catedral de Cuenca hasta el siglo XIX, junto con el inmediato Molino del Castellar, que tenía siete piedras y dos pilas de batán. El Cabildo arrendaba el molino a particulares, como era costumbre, y al menos en el siglo XVIII (y según el Catastro de Ensenada) el arrendamiento del molino llevaba aparejado el cobro del pontazgo. Aunque eran heredades pequeñas, la Catedral tenía propiedades en Fresneda (unas 5 hectáreas), Mota de Altarejos (130 hectáreas), Albaladejo del Cuende (63 hectáreas), Olivares de Júcar (247 hectáreas) y Valdeganga (243 hectáreas), casi todas las poblaciones vecinas al puente. La mayor parte de estas tierras era una miríada de minifundios dispersos (por ejemplo, en Olivares las 247 hectáreas correspondían a 203 parcelas). También la Catedral tenía al menos otro molino cercano, el del Marqués, en Olivares. Esta acumulación de propiedades (a la vez muy dispersas por toda el área, y en las dos riberas) influyó sin duda en la construcción del Puente del Castellar, además del paso ganadero (los pontazgos parece que se centraban en el cobro a ganados) y de afianzar un eje directo de comunicación entre los dos grandes señoríos eclesiásticos de la mitra conquense: la Obispalía, y Paracuellos-Monteagudo. Aquí entraban a colación otros géneros, como la sal (de Monteagudo) o la madera, que suministraban las dos grandes dehesas, Alcolea (de propiedad episcopal) y Fuenlabrada, en Olmeda del Rey, del propio cabildo catedralicio. La calzada romana no pasaba por aquí, sino más al sur, por el Puente de Talayuelas, hoy bajo las aguas (a veces) del Pantano de Alarcón, por donde también cruzaba el Camino Real.
Hasta hace unos años la vieja carretera nacional pasaba junto al puente, con lo que ver allí coches parados y curiosos era frecuente. El actual trazado a partir del moderno puente del Castellar lo deja oculto e invisible desde la carretera. El abandono de la estructura es completo, en un lento pero constante deterioro que con el paso del tiempo acabará provocando un problema serio. Las fotos no son de las mejores que se pueden tirar en el lugar, en un día de horno y con el río menguado por el estiaje, pero una breve parada aquí siempre merece la pena.
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