Un paseo de hace unos días, a las espaldas de la vieja Segóbriga, por las serrezuelas entre las que se abre paso el Cigüela al sur del término de Saelices, una zona muy interesante desde todos los puntos de vista.
Apenas a un kilómetro al sur de la ciudad romana en la vertiente opuesta del río, en la vaguada de Cortijo Pilar, se localizan las antiguas canteras de la ciudad, el conocido como templo rupestre de Diana y uno de los tramos de calzada romana mejor conservados de la provincia de Cuenca, un lugar muy citado en publicaciones de todo tipo pero poco visitado.
Ya solamente las canteras serían curiosas de conocer, por lo sistemático y preciso del sistema de extracción de la piedra para las labores de la antigua ciudad romana. La toponimia antigua se refiere al lugar como El Almudejo, o la Rambla de los Rostros, y todavía es visible alguno labrado en los tajos de corte abandonados, junto con algunos otros restos esculpidos muy erosionados y poco caracterizados, pues luego el lugar fue presumiblemente utilizado para usos rituales y quién sabe si mágicos y propiciatorios. De todos los restos esculpidos preservados, el más evidente con diferencia es el llamado templo rupestre de Diana, reproducido en grabados y dibujos desde el siglo XVIII y sobre el que existe una nutrida bibliografía.
Labrado en un frente de cantera de escasa altura orientado hacia el SO, presenta cuatro calles verticales visibles, más quizás una quinta a la izquierda, dudosa, casi completamente desaparecida, que ya aparece solo esbozada en el grabado de Melchor de Prado de 1794. Cada calle consta de un coronamiento o tímpano superior (reconocible en los tres de la derecha, en forma de dos arcos en mitra y un tercero rebajado radiado), una parte central figurativa y un cuerpo cuadrangular con escasos vestigios de inscripción en la parte inferior. En el segundo y cuarto cuerpos centrales contando desde la derecha todavía se reconocen ambas figuras antropomorfas escoltada por lebreles que se han identificado con la Diana Nemorensis, o quizás con Acteón, el cazador, aunque la adscripción de las figuras siempre ha sido dudosa.
La pérdida antigua de las inscripciones (ya ilegibles hace siglos) no permite arrojar mucha luz, pero es casi seguro que se trata de exvotos de comitentes devotos de la diosa, labrados todos a la vez o de forma escalonada. Ello relaciona el lugar con la cercana Piedra Escrita de Cenicientos en Madrid y con otros santuarios mediterráneos de devoción popular a la diosa Diana, en su advocación de divinidad de la fertilidad y propiciatoria de los partos, situados extramuros de las ciudades y habitualmente al amparo de bosquecillos consagrados, según el modelo cultual del santuario de Nemi. En el caso de Segóbriga, se conocen además una lápida exvoto (hoy desaparecida) y un ára vótiva dedica a la diosa por un Cornelio Juliano, encontradas en el lugar, así que no todas las dedicatorias fueron labradas en roca. Lo que no tiene la pared de roca es la orientación adecuada para el ritual solar del Diagosto, de reminiscencia céltica y presente en tantos lugares de la vieja Europa, y en nuestro entorno en Tejeda sin ir más lejos.
En cuanto al tramo de calzadilla es muy visible y a ratos vistoso, y pasear por él no puede sino causar emoción. Se lo termina pronto: en cuanto gana la meseta y llega a tierra de cultivo se esfuma, unos pocos cientos de metros anclados en el tiempo. No es la gran calzada de Cartago Nova a Complutum (que cruzaba el Cigüela por Puentes Viejas y accedía a Segóbriga por la ribera derecha), pero sí una ruta secundaria al sur, viejo camino tradicional de Saelices a Tresjuncos, pues toda ciudad romana que se preciara empedraba cada vericueto que entrara y saliese de ella hasta una buena distancia. Se ha librado por lo áspero del lugar y lo sólido del terreno (pura roca viva), la ausencia de labores cercanas y lo poco frecuentado. Ni siquiera tiene roderas marcadas en la piedra, evidencia de un uso histórico relativamente escaso.
La conservación del lugar tiene mal pronóstico si no se toman medidas de protección, como en tantos lugares de la geografía provincial. Nada impide que el tramo empedrado se transite con motos o todo-terrenos, salvo una señal junto a las ruinas de Cortijo Pilar, arrancada de cuajo hace años y tirada a la reguera. El templo de Diana está expuesto a las inclemencias y, aunque se libre de vandalismos (es excepcional que todavía no los haya tenido siendo tan conocido) se irá desvaneciendo poco a poco por descamación de la caliza y meteorización. Ya es mucho menos visible que en los antiguos dibujos y grabados clásicos.
Recuerdo que hace muchos años, siendo yo mozalbete encuadrado en las hordas de guachos del Vati (cuando había guachos en el Vati) mi adorado maestro D. Francisco Suay (en un meritorio pero vano intento de desasnarnos) nos hablaba del lugar con la mirada perdida y nos decía que en tiempos incluso había hecho gestiones con una empresa italiana especializada en cortes de piedra y traslados, pero que el vil metal había brillado por su ausencia. Mudarlo a lo Abu Simbel probablemente sea excesivo y arriesgado, pero el coste de techarlo y cerrarlo es ridículo, seguramente menos de lo que costó la copia en molde, propiedad de la Real Academia de la Historia, que hoy se muestra en el Centro de Interpretación del Parque. Como tampoco costaría mucho colocar dos sencillas vallas de madera en ambos extremos del vallecillo con dos corteses carteles informativos (funcionan mejor que las prohibiciones que no se tiene medios para hacer cumplir), para que no transiten vehículos. A lo mejor alguien sigue pensando que el desconocimiento y el aislamiento (corregido y aumentado) van a servir de algo en los tiempos de la Aldea Global. Buscando en Internet obtengo una montaña de imágenes, localizaciones con coordenadas, varios tracks GPS para llegar (uno de un club todoterreno), un vídeo de un botellón campestre…. Un recurso turístico menos ahora y un bien patrimonial desaparecido a la larga. Más de lo mismo.
El acceso es relativamente complicado, pues la valla del Parque Arqueológico cierra el camino tradicional de acceso por el molino de Solacabeza, y no seré yo el que recomiende a nadie que invada propiedades privadas ni salte por los bardales como las brujas de Fuentelespino. Así que la mejor forma de llegar es desde Casas Luján remontando la ribeza izquierda del Cigüela poco más de 3 kilómetros. Si no ha llovido se puede entrar con cualquier coche al que no se tenga mucho apego. Si ha llovido, o todo-terreno o un buen paseo, que tampoco es tanto. En cualquier caso, recomiendo dejar el coche en el cruce junto al río y continuar andando vaguada arriba unos cientos de metros, hasta pasar las casas en ruinas del cortijo, desde donde ya entra uno en faena. No es necesario decir a nadie que respete el lugar.
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