San Julián del Tranquillo
El pasado domingo cumplí con el rito anual y me planté en San Julián. Con una semana de demora, bien es cierto, pero nunca es tarde si la dicha es buena, y si ya Dios perdona (que es su oficio) el bueno de San Julián ni te cuento. Además, con la ventaja de disfrutar del lugar casi en absoluta soledad y contemplación, que para lo hurón que se va volviendo uno con los años no es poco acicate. A estar bien ancho sin duda ayudó la nieve, que es valor seguro para disuadir pusilánimes y para tirar fotos resultonas, aunque últimamente las fotografías de Cuenca nevada ya van siendo empalagosas, pero bueno. Así que subí con sumo cuidado el escalerón helado (para no hacer la del tío Eusebio en tiempos, que contó los peldaños con la cabeza) y me fui abriendo huella por la empinada senda, más rebién que todas las cosas. Este de San Julián es un lugar curioso. Pocas ermitas nos han quedado en Cuenca de la larga lista que tuvimos, pero si alguna se agradece especialmente que siga aquí