Castillo Añador
Recorriendo los caminos y las soledades de la Mancha, el castillo y despoblado de Añador (o Anador, o Dañador) es un curioso lugar extremo de la provincia de Cuenca, poco conocido, en la ribera izquierda del río Cigüela, término de Villamayor de Santiago, a poca distancia ya del límite provincial y del municipio toledano de Villanueva de Alcardete. Pese a su pequeñez, era lugar estratégico en el cruce del río y en el paso de ganados de la villa de Uclés y aledaños hacia el valle de Alcudia.
En el lugar, circundado de perspectivas infinitas, hubo castillo, población, pozo, puente, dehesa y molino, todo con el mismo apellido, de Añador. La fortaleza ocupa un pequeño alcor de apenas una veintena de metros de altura y perímetro casi circular, desgajado del extremo suroeste de una larga meseta arcillosa a la ribera del río, que aquí se encajona a ambas márgenes. La población estuvo a sus pies, en los campos de cultivo hacia el sur, protegida del norte por la meseta y la propia elevación del castillo, y tuvo que ser de pequeño tamaño. Las roturaciones han dejado poco a la vista, salvo una potente estructura cuadrangular completamente arruinada, de notables dimensiones (25 x 25 metros) de la que hablaremos a continuación. El pozo está próximo al sur, a unos 300 metros de la fortaleza y con el despoblado interpuesto. Nunca se seca y tiene agua somera, a unos 6 metros de profundidad, más o menos coincidente con el nivel freático del río. Es muy antiguo, aunque no romano.
En el lugar, circundado de perspectivas infinitas, hubo castillo, población, pozo, puente, dehesa y molino, todo con el mismo apellido, de Añador. La fortaleza ocupa un pequeño alcor de apenas una veintena de metros de altura y perímetro casi circular, desgajado del extremo suroeste de una larga meseta arcillosa a la ribera del río, que aquí se encajona a ambas márgenes. La población estuvo a sus pies, en los campos de cultivo hacia el sur, protegida del norte por la meseta y la propia elevación del castillo, y tuvo que ser de pequeño tamaño. Las roturaciones han dejado poco a la vista, salvo una potente estructura cuadrangular completamente arruinada, de notables dimensiones (25 x 25 metros) de la que hablaremos a continuación. El pozo está próximo al sur, a unos 300 metros de la fortaleza y con el despoblado interpuesto. Nunca se seca y tiene agua somera, a unos 6 metros de profundidad, más o menos coincidente con el nivel freático del río. Es muy antiguo, aunque no romano.
La razón de ser del lugar, no obstante, es el paso del río. Atravesar el Cigüela, al igual que su mellizo el Záncara, era relativamente complicado (pese a lo que pueda parecer hoy) por sus riberas pantanosas, en ocasiones muy amplías, casi permanentemente encharcadas en bohonales y tremedales, cubiertas por un tupido cañizo y vegetación de ribera. Ello por no hablar de las nubes de mosquitos, que propagaban un paludismo feroz que mantenía enfermo de tercianas a todo bicho viviente que habitase a menos de media legua del cauce. Así que cualquier paso franco y rápido sobre ambos ríos era muy de agradecer. Por Añador pasaba una ruta ancestral de gentes y ganados, posible vía romana secundaria, que buscaba el pequeño estrecho que aquí se forma para obligar al río a constreñirse un tanto. El puente es muy antiguo, de buena sillería y tres ojos entre tajamares semicirculares. Se lo ha llamado romano, y quizás lo sean los pilares y el primer arco a la ribera izquierda, aunque es evidente que la estructura ha sufrido una reconstrucción en los otros dos vanos, además de varias reparaciones menores. El molino de Añador, del que no queda casi nada, estuvo muy cercano aguas abajo del puente, también en la ribeza izquierda. La dehesa (Dehesilla de Añador) se extendía por las laderas y cumbre de la meseta al norte.
Pero volvamos al castillo. Sin descartar ni mucho menos una secuencia amplia de ocupación anterior (seguramente Bronce Medio y Hierro) la fortificación en lo alto del otero es casi completamente islámica. Pese al mal estado de las estructuras, se aprecian dos momentos de construcción. El primero (al que pertenecen casi todos los restos visibles) corresponde a un buen ejemplo de ḥiṣn califal del siglo X, con dos recintos al menos. Uno superior casi perfectamente cuadrado de unos 16 metros de lado, y otro inferior, también cuadrangular en la parte que se conserva, de 32 metros de lado, casi exactamente el doble que el recinto interior. Este recinto exterior es bien visible solo en la mitad aproximada de su perímetro. La parte hacia el SO ha desaparecido casi por completo por la mayor erosión de las laderas a solana, que sustentan una menor vegetación lo que a su vez acelera la escorrentía. Ambos recintos suman un total aproximado de unos 1.350 metros cuadrados de superficie, de los cuales unos 360 corresponden al recinto superior. La propia planta cuadrangular de la estructura, ni mucho menos la óptima en un cerro cónico y de arcillas por más señas, incide en el origen califal de la fortaleza. El aparejo es de gran tamaño, de bloques apenas desbastados y colocados a tizón corrido, de entrega tosca pero de una magnífica solidez. El mal estado, resultado de siglos de abandono y de la erosión intensiva de la altura sobre la que se asientan, no permite distinguir cubos (que serían de forma inequívocamente cuadrada) ni puertas, aunque la del recinto interior quizás pudo estar junto a la torre oeste. La torre sur parece ser de mayor tamaño que el resto (unos 40 metros cuadrados, rectangular, no salediza, y todavía hoy con una mayor altura). Siendo la más protegida del recinto es posible que tuviese funciones de machón, residenciales y de atalaya. Quizás pudo tener el castillo un tercer recinto, circunvalando la base del cerro a guisa de albacara, aunque los vestigios reconocibles no permiten afirmarlo ni desmentirlo. Hacia el lado noreste tiene un doble foso, artificial, que lo aísla del resto de la meseta. Este era el lado más vulnerable de la fortificación, puesto que la altura inmediata iguala en elevación al propio cerro del castillo, así que se reforzó especialmente, y con seguridad las puertas no se ubicaron aquí. El enclave no es particularmente fuerte por su topografía, pero tal acumulación de defensas en un espacio tan pequeño (literalmente erizando el cerro de torres y recintos) convertiría al Castillo Añador en una fortaleza no inexpugnable, pero sí resistente y muy incómoda de atacar.
Sobre la fecha de construcción del castillo, la horquilla abarca desde el año 937 hasta la Fitna a comienzos del siglo XI. La primera fecha marca el inicio del control efectivo por Abderramán III de Uclés y su distrito, tras la muerte de su amir al-Fath b. Musa Dhû-l-Nûn. Estos primeros años de implantación del poder califal, en los que se acometen enormes obras de fortificación por todo el ámbito conquense, parecen los más probables. No obstante, y pese a la proximidad, los toscos paramentos de Añador no tienen parecido con las fortificaciones califales de Uclés. Sí que son muy similares a los que han sobrevivido en la ciudad de Cuenca, en alcazaba y alcázar. También en el Puente de la Trinidad, antigua zuda de la albuhaira y luego Puente de Canto.
La segunda fase de construcción es ya cristiana, de los siglos XII o XIII. Se trata de una reparación y puesta al día del castillo cuyo signo más visible son los dos cubos circulares en las esquinas norte y este del muro interior, precisamente los que cubrían el lienzo de muro más expuesto. Para levantar estos torreones tan saledizos hubo que proveer una potente cimentación, que ha quedado al descubierto en parte. También se intervino en los muros islámicos, que quizás en algún punto ya habían quedado descalzados por la erosión. Esta segunda fase de obra muestra una mampostería irregular, de pequeño tamaño.
La etimología del nombre es árabe. Proviene de un an-Nāẓūr, que significa literalmente "el vigilante" o "el observador", así que nuestro ḥiṣn an-Nāẓūr bien podría traducirse como el "Castillo de Vigía" o el "Castillo de la Guardia". Tal nombre, sobre el paso del Cigüela, no puede ser más ajustado. Los fonemas "ḍ" y "ẓ" son alófonos en árabe dialectal, con una alternancia muy frecuente, de ahí el "nāḍūr" o "nador", muy frecuente en toda la toponimia islámica en la Peninsula Ibérica y en el Magreb, comenzando por la ciudad marroquí de Nador, junto a Melilla. La palabra se diferencia de su casi sinónima atalaya aṭ-ṭaláya ) en que esta última tiene una connotación fronteriza, de avanzada frente al enemigo, que un nāẓūr puede no tener, como es nuestro caso, con funciones de control del territorio y de cobro de peajes en la tranquila retaguardia del Al-Andalus del siglo X. Junto con su artículo solarizado, el vocablo da el Annador de las más antiguas fuentes castellanas. De ahí quedó por un lado un uso popular de transmisión oral en Anador (fonéticamente impecable, como por ejemplo aparece citado en las Relaciones de Felipe II de Villamayor de Santiago), y otro uso "culto" a través de documentos que devino en Añador, con palatización artificiosa resultado quizás de la lectura rutinaria de la "nn" en los textos latinos, aunque en este caso no provenía de la geminada latina. Por su parte, lo de Dañador es tardía, espuria pero hermosa etimología. Las detalladas Relaciones de la vecina Villanueva de Alcardete (1575) dan razón:
"Y ansí mismo, hay un sitio de un castillo que se llamó El Castillo Dañador por el daño que [hacía] la gente que en él se recogía, en tiempo de las guerras sobre la Excelente y los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel; y desde allí se hacían daños y robos en todos los pueblos comarcanos, de tal manera que en la torre de esta villa [Villanueva de Alcardete] tenían puesto un hombre para que, atento que se tierra llana, si descubriese gente de a caballo o de a pie hiciese señal con las campanas…"
Las fuentes documentales del lugar de Anador de Villamayor y su fortaleza son escasas. No consta en los listados de topónimos procedentes de fuentes andalusíes, y hay que esperar hasta el año 1178, cuando un Pelay Calvo entrega la mitad de la fortaleza ( "mediatem castelli Annadoris" ) a la Orden de Santiago, por entonces recién establecida en Uclés (desde 1174) en un contexto de frontera no consolidada e inestable. Pelayo Calvo entregaba su media fortaleza por el bien de su alma (y seguramente porque no tenía recursos para defenderla) aunque se reservaba el derecho de recuperarla después, cosa que según parece no llegó a ocurrir. A la Orden de Santiago, que todavía no había asentado ni siquiera los cimientos de lo que luego sería el Priorato de Uclés, la posesión de Añador le interesaba especialmente, como punto de defensa avanzada (como lo era por ejemplo Alarilla sobre el vado del Tajo) y como lugar tradicional de cobro de montazgo de paso de ganados, lo que suponía una fuente de ingresos pingüe y sobre todo inmediata, puesto que no requería repoblación. La pega era evidente: si tener media población (como pasaba en Los Hinojosos) ya era un engorro, poseer medio castillo ni te cuento, así que la Orden se acabó haciendo con la otra mitad, aunque no consta ni de quién era ni cuándo se produjo la adquisición.
En septiembre de 1224, con el final del periodo de frontera y la estabilización del territorio después de la batalla de las Navas, el maestre Fernando Pérez ordenaba repoblar su castillo de Añador, junto con los lugares de Alcardete y Gúzquez. Tres pueblas, tres fracasos, así que la operación resultó redonda. El intento se produce ya en pleno proceso de formación del Priorato y del estado santiaguista en la Mancha. El lugar elegido para muchas de las pueblas efectuadas por estos años fue la proximidad a cursos de agua (así, Sicuendes, Belmonte de Horcajo, Riánsares, Magaceda, Luján, Torrelengua, Santiago del Quebrado, Vejezate, el propio Añador…) o lagunas (Manjavacas), aprovechando las terrazas fluviales fáciles de fortificar y donde ya existían restos de asentamientos antiguos. Esta estrategia se demostró pronto desastrosa por lo enfermo de las riberas, infestadas de fiebres palúdicas en el apogeo del Óptimo Climático Medieval. Con el paso de los años, la Orden acabó progresivamente vaciando estos lugares (los que no se vaciaron solos) y concentró la población en las fundaciones altas, a resguardo de los insalubres cauces y de las miasmas pestíferas que se elevaban de ellos (relacionar la dolencia con los mosquitos ya era mucho pedir). Este proceso, que ya había comenzado en pleno siglo XIII y se prolongaría hasta el XVI, tuvo un catalizador en la Peste Negra de 1348, aunque la pandemia no tuvo porqué ser más virulenta en las zonas palúdicas. De todos los pueblos actuales del antiguo Priorato de Uclés, ninguno salvo El Acebrón toca río. Casi todos (Tarancón, Fuente de Pedro Naharro, Horcajo, Villamayor…) están sobre lomas o terrazas a prudencial distancia de río, y son resultado de la concentración de gentes y términos de lugarejos yermos.
A Añador le pasó lo propio: el 1 de noviembre de 1321 el maestre García Fernández concedió el Fuero de Uclés al exiguo lugar de Las Chozas, que mudó su nombre en Villamayor y comenzó un lento proceso de absorción de los pequeños lugares vecinos. Alguno, como Magaceda, se despobló muy pronto. Otros, como Villaverde, estaban en tierra sana y aún seguían poblados en el siglo XVI. En el caso de Añador, ya sabemos que a finales del siglo XV su fortaleza continuaba en uso, o al menos fue reactivada para la Guerra de Sucesión Castellana, lo que supone al menos una mínima ocupación, pero en siglo XVI estaba despoblado, con la excepción (Según las Relaciones) de una casa y cortijo que junto al pozo tenía un Alonso Ramírez, vecino del Corral de Almaguer; y el molino, por entonces integrado en los bienes de una capellanía que disfrutaba el bachiller Moreno, vecino de Los Hinojosos. Luego la población quizás se reanudó, pues se documenta en el lugar una diminuta aldea, quizás no más que quintería: Carrasquilla, que tuvo que ser bien poca cosa y se extinguió pronto.
La nueva población permitió a la Orden de Santiago el verdadero control sobre el enclave de Añador, cuyo reflejo económico inmediato fue la subida de los peajes por lezdas y montazgo, en una recién estrenada posición de fuerza que parece claro que antes no había tenido. Así, en 1227 el concejo de Uclés (villa que curiosamente albergaba la Conventual pero no pertenecía al Priorato) tuvo que negociar con la Orden el paso franco de ganados por Añador y otros castillos en la cañada al valle de Alcudia, que su propio fuero le reconocía.
En este contexto de repoblación del lugar ya avanzado el siglo XIII es cuando resulta más probable que la Orden de Santiago reparase la fortaleza de Añador. Por supuesto pudo haberlo hecho en cualquier momento a partir de 1178 (lo que tampoco tendría mucha importancia) pero creo que hay que esperar a un momento más tardío para que la Orden alcanzase una estabilidad económica que le permitiese estas obras en castillos secundarios. No son solamente los desastres del periodo de frontera (con epicentro en la derrota de Alarcos de 1195) sino la sucesión de años malos y hambrunas (con apogeos en 1209 y 1213) que sumieron a la incipiente Orden en una situación económica muy precaria.
Por lo demás, una repoblación santiaguista, defensas aparte, se hacía en torno a iglesia y casa encomienda. Incluso si el lugar no prosperaba, la Casa quedaba en el sitio como centro de explotación del predio resultante. No veo manera alguna de demostrarlo que no sea la prospección arqueológica, pero creo que la gran estructura cuadrangular de 25 x 25 metros a los pies del castillo podría ser la casa encomienda de Añador, vestigio de su puebla fallida. Forzando la hipótesis incluso podría tener anexa, en la crujía oeste, la pequeña iglesia románica, completamente arruinada e imposible de identificar. Su orientación hacia NE no es significativa, pues las iglesias plenomedivales, anteriores a la difusión del compás, se orientaban hacia el Levante más elemental: la salida del sol, que cambia como es bien sabido en cada época del año. Sin ir más lejos, la pequeña iglesia de Belmonte de Riánsares (descubierta en el año 2015) tiene una orientación casi idéntica a la estructura derruida de Añador. Quizás todo esto pueda confirmarse (o no) algún día, aunque lo que sí es muy probable que esta misma estructura fuese después la "casa y cortijo" del tal Alonso Ramírez documentada en el siglo XVI.
El enclave, pese a la lejanía, es de acceso cómodo. Los caminos desde Villamayor están en buen estado y permiten el paso de cualquier vehículo incluso en época de lluvia. No es difícil orientarse por ellos.
Confín de la geografía conquense, la sensación de soledad y apartamiento que transmite el lugar es muy intensa. En el último día del pasado 2017, a la caída de la tarde y antes de marchar, me permití un largo rato de contemplación en lo alto de la vieja fortaleza derruida, con la mirada oscilando entre las alturas de la Sierra Jarameña al este y el horizonte velado en neblina de la Mancha profunda al sur. El viento decembrino, cortante, hacía pasar las nubes a toda velocidad en un juego loco de luces y sombras. Agazapado contra un muro, en los juegos de la mente andaba yo abstraído recordando otro castillo en las antípodas provinciales, el de Barrachina, también califal y también condenado al olvido en su picacho sobre los abismos del Turia. Así que la sorpresa fue mayúscula cuando me encontré a un milano real a pocos metros encima de mí, clavando el vuelo sobre la cumbre. Nada raro, llegué a la conclusión, porque no es que el cerro tenga conejeras, es que es una conejera entera. Podría decir que el momento fue eléctrico, pero lo que siguió lo dejó corto, porque a los pocos minutos al milano lo reemplazaron dos águilas enormes, que tampoco estaban dispuestas a que un servidor les arruinase la merienda y siguieron a lo suyo. Y yo allí, sin pestañear siquiera y sin perder ripio, con cara de bobalicón, mientras me golpeaban en la cabeza, aturullados, salidos de alguna parte, los versos de Santayana, o mejor, de Machado: "Al declinar la tarde, sobre el remoto alcor…llanuras bélicas y páramos de asceta…son tierras para el águila, un trozo de planeta…". Bajé de allí dando la razón al poeta, pues no fue por estos campos el bíblico jardín. Pero, ¿sabe qué, don Antonio? Que ni puñetera falta que hace. Yo me quedo con aquello de los rudos caminantes llevando sus hordas de merinos a la Extremadura fértil. Cuando llegué al coche, junto al pozo, miré hacia atrás y vi de nuevo al milano posado en la piedra más alta de la fortaleza en ruinas, y dije para mis adentros que el Castillo Añador volvía a tener atalayero.
Puente Añador. Detalle. El primer arco tiene una fábrica más antigua que debe ser la original. El resto están reconstruidos posteriormente. |
Vista oeste del Cerro del Castillo, desde el Puente Añador. |
El Castillo Añador desde el NO y ribera del Juela. Se aprecia el doble foso a la izquierda, y en la elevación el doble recinto, más erosionado en el lado sur, hacia la derecha. |
Puente Añador, aguas arriba. |
Aparejo a tizón en la torre oeste del recinto interior. |
Recinto exterior. |
Recinto exterior, lienzo NE. Se aprecia el notable tamaño de la mampostería, y el burdo acabado del paramento. |
Aparejo del recinto exterior. |
Muro del recinto interior. Al fondo, el torreón circular al este. |
Interior de la torre oeste, recinto alto. Obra original con adiciones al exterior. |
Cerro del Castillo desde la gran estructura derruida en el solar del antiguo despoblado. |
Despoblado de Añador, y luego de Carrasquilla. Las roturaciones han limpiado el terreno salvo esta estructura casi perfectamente cuadrada, de unos 25 metros de lado. Al fondo, entre los árboles de la izquierda, el Pozo Añador. |
El Castillo, desde la estructura cuadrangular. |
Vega del Gigüela aguas arriba, desde el Castillo. El edificio entre los árboles, en la ribera opuesta, es el antiguo molino del Toledano, documentado desde el siglo XVI. |
El Puente, desde el Castillo. |
Perspectiva desde las terrazas de la ribera derecha del río. Aquí se aprecia bien el pequeño entorno del lugar. A la derecha, en la meseta, la Dehesilla. El Castillo en el cerro testigo y a su izquierda el despoblado. El camino y el paso del río, con el Puente en primer término. |
Pozo Añador, a unos 300 metros al sur del Castillo. El despoblado ocupa parte del espacio intermedio. |
Pozo Añador. |
Brocal monolítico del pozo. |
Perspectiva hacia el este. Al fondo la Sierra Jarameña, con el castillo de Puebla de Almenara, que tiene visual directa con el Castillo Añador. |
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