Hoy son las calendas de enero, y toca hablar de lo que creo que es, salvo error u omisión por mi parte, el último vestigio de una Januaria que puede rastrearse en la provincia de Cuenca. Pero en el principio, fue el milagro. Como tal se lo oí contar, hace casi veinte años, a Jesús Mondaray, de edad de 70 por entonces, que lo había oído en repetidas ocasiones de su abuelo, Sinforoso Monsulén, finado a la edad de 93, pozo de sabiduría popular y cervato de pro, quien a su vez afirmaba haberla escuchado a sus mayores. La narración, salpicada entonces por comentarios de otros cuatro vecinos presentes, afirmaba que en el día de la fiesta del Jesús Bendito llegó al pueblo un matrimonio que había peregrinado una larga distancia, descalzos, para pedir el favor de la imagen. Uno añadió que procedían de Cañete; otro, corrigiéndole, de Salvacañete o quizás de más lejos aún. Vinieran de donde viniesen, la pareja ofrecía un aspecto tan lastimoso que los lugareños le hicieron
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