El Telégrafo Óptico (Parte 2)
Las Torres de Requena.
En esta segunda entrega acerca de las torres conquenses de
telegrafía óptica, vamos a comenzar nuestro viaje a lo largo de lo que fue la Línea
de Valencia (que, recordemos, fue la última denominación de la línea de Madrid
a Barcelona cuando el tramo entre Valencia y la capital catalana quedó
inconcluso). Vamos a atravesar tierras de la provincia de Cuenca, o que un día
lo fueron, como ocurre con la antigua comarca de Utiel y Requena. Otrosí, solicito
licencia al respetable para hacer el recorrido en el orden inverso a lo que
sería habitual, comenzando por las torres más alejadas al origen de la Línea,
en la Villa y Corte. Por un lado prefiero comenzar por la parte del trazado mejor
conservada, y dejar para más adelante el desastre de la mitad occidental. Por
otro, ya declaré que pretendo rematar en el extremo del Ramal de Cuenca, en la
Torre de la Mendoza a la vista de la ciudad. Ea, uno que es así de retorcido…
En 1851, cuando Requena y sus poblaciones se desgajaron administrativamente de la todavía reciente provincia de Cuenca (de la diócesis conquense no lo hicieron hasta 1955) se llevaron 1780 kilómetros cuadrados, poco más del 9% de la superficie provincial, aunque Cuenca perdió más del 15% de la población y el 20% de la actividad económica, ya que por entonces era la comarca más rica de la provincia. Hoy lo hubiese seguido siendo en unos porcentajes todavía mayores, vista la debacle demográfica conquense. La orgullosa y pujante Requena, recién intitulada ciudad por su obstinada resistencia a los carlistas, crecía por entonces a toda velocidad, empujada por los viñedos que copaban su enorme término y por una próspera actividad industrial y mercantil casi por completo enfocada al litoral valenciano. Atrás quedaban las borregas mesteñas, las mafias laneras y los delicados obrajes sedeños. Requena fue siempre población de frontera, y como tal perita en el arte de mantenerse en el fiel de la balanza y sacar rendimiento de ello. Lo de pasar a Valencia fue tan sencillo como que la balanza, en el siglo XIX y por primera vez desde la Edad Media, basculó hacia Levante. Hasta hacer tope. El resto fue pura lógica, y arreglar el papeleo. De poco valieron iniciativas tardías, como la monumental obra de Lucio del Valle en el Puerto de Contreras, que solucionaba el secular problema de la comunicación con el interior.
En 1851, cuando Requena y sus poblaciones se desgajaron administrativamente de la todavía reciente provincia de Cuenca (de la diócesis conquense no lo hicieron hasta 1955) se llevaron 1780 kilómetros cuadrados, poco más del 9% de la superficie provincial, aunque Cuenca perdió más del 15% de la población y el 20% de la actividad económica, ya que por entonces era la comarca más rica de la provincia. Hoy lo hubiese seguido siendo en unos porcentajes todavía mayores, vista la debacle demográfica conquense. La orgullosa y pujante Requena, recién intitulada ciudad por su obstinada resistencia a los carlistas, crecía por entonces a toda velocidad, empujada por los viñedos que copaban su enorme término y por una próspera actividad industrial y mercantil casi por completo enfocada al litoral valenciano. Atrás quedaban las borregas mesteñas, las mafias laneras y los delicados obrajes sedeños. Requena fue siempre población de frontera, y como tal perita en el arte de mantenerse en el fiel de la balanza y sacar rendimiento de ello. Lo de pasar a Valencia fue tan sencillo como que la balanza, en el siglo XIX y por primera vez desde la Edad Media, basculó hacia Levante. Hasta hacer tope. El resto fue pura lógica, y arreglar el papeleo. De poco valieron iniciativas tardías, como la monumental obra de Lucio del Valle en el Puerto de Contreras, que solucionaba el secular problema de la comunicación con el interior.
Que a Requena no le ha ido mal en el ámbito valenciano a la vista está. También es cierto que de haber seguido perteneciendo a Cuenca, con sus casi 21.000 habitantes (38.000 en su comarca) sería la segunda población de la provincia y la primera en actividad industrial, un polo a tener muy en cuenta. Electoralmente decisiva, por cierto. En Valencia es la número… veintitantos. Así que tampoco pinta mucho, para qué nos vamos a engañar. Y nada más lejos de mi intención que pecar de irredentismo castellanista, tan estéril como absurdo, pero es que a veces es mejor ser regidor de aldea que caballerizo en Corte.
Por cierto que con la historiografía acerca de la comarca de Requena pasa algo curioso. La corta nómina de historiadores utielanos y requenenses son los únicos que mantienen una amplitud de miras digna de aquella comarca bifronte del pasado. Para los autores valencianos (y aunque hay de todo como en botica) la Valencia Castellana suele ser una anomalía que a menudo se solventa corriendo un tupido velo sobre el hecho de que fue reino de Castilla y obispado de Cuenca durante 613 y 717 años, respectivamente. Hay que disculpar cierto orgullo de patria chica, pues bien es cierto que Valencia, al incorporar Requena, se tomó histórica revancha de la jugarreta de 1238, flagrante y taimada vulneración del Tratado de Cazorla. Este ostracismo, más o menos sutil, en los últimos años se viene impregnando además con un tufillo sospechoso en cierta porción del plantel de autores vecinos, al sol que más va calentando. En latitudes un poco más norteñas, ya directamente es opinión extendida que Utiel y Requena formaron parte de los Països Catalans… Si el viejo rey En Jaume, el Conqueridor, levantase la cabeza en su fría tumba de Poblet, me temo que tendría que hacer didáctica acerca de la precisa razón por la que dio origen al Reino de Valencia, y a los Furs valencianos.
Por el lado conquense, no somos tan sutiles: cero. Ya no es provincia de Cuenca, ergo ite, missa est. ¡Odo! pues bastante extensos se hacen ya los diecisiete mil y pico kilómetros cuadrados de la provincia de Cuenca para encima tener que añadir en tu libro, estudio o tesis doctoral otras siete poblaciones donde Cristo pegó las tres voces. Y no localidades cualquiera, sino de las que crean montañas de documentación de cualquier materia que fuere menester. Y eso que no puede entenderse la historia de las tierras de Cuenca sin la importante masa gravitatoria excéntrica que fue Requena. Un ejemplo: el principal factor que explica la ruina de Moya y los treinta y pico pueblos de su tierra es el auge de Requena en el siglo XIX, que literalmente sorbió a la población de la que había sido su rival durante siglos en los puertos secos y en el trasiego fronterizo. Otro: entre los siglos XIV y XIX no hay contrabando, comercio de matute, actividad económica fraudulenta ni negocio turbio entre Cuenca y Valencia donde Requena no aparezca, empezando por las mulas, siguiendo por la lana y los pinos, y terminando con los reales de a ocho. Junto con Cofrentes fue el corredor de descapitalización del Señorío de Villena hasta bien entrada la Edad Moderna. La historiografía conquense no tiene en cuenta que buena parte de la actual provincia es un cuerpo inclinado para compensar el notable peso de un miembro que ya no existe, amputado, un muñón que cauterizan las aguas verdes del Cabriel.
Así que valgan estos párrafos como justificación para incluir las torres de la comarca histórica de Utiel-Requena (la moderna incluye Sinarcas y Chera que siempre fueron valencianas) en el catálogo de la telegrafía óptica de la antigua provincia de Cuenca. Además las torres se levantaron en 1848, siendo todavía ámbito conquense, y funcionaron hasta 1856. Si bien la división sobre el papel tuvo lugar en 1851, no se consumaría del todo (estas cosas llevaban su tiempo) hasta 1857. Y además es que son unas estupendas torres, así que arreando, que es gerundio.
Son cinco en total. Una en Villalgordo, sobre las Hoces del Cabriel y otra en Fuenterrobles, en la cresta de la Sierra de la Bicuerca (o Vicuerca). El resto en Requena. El extenso término de Requena (el más grande de la provincia de Valencia) hizo posible que tres torres se ubicasen dentro de él, aunque dos de ellas a escasos metros de sendos límites opuestos. En la Línea de Valencia tal cosa solamente es igualada por la ciudad de Cuenca, aunque modernamente, pues Cólliga y Villanueva de los Escuderos, con sus torres, no se incorporaron al término de Cuenca hasta 1977.
Geográficamente la comarca de Utiel y Requena es peculiar. Simplificando mucho, se dice que es un apéndice de la Submeseta Sur y de la Manchuela separado del resto por el Foso del Cabriel. Las denominaciones geográficas que suele recibir, como la Plana de Utiel o el Altiplano de Requena, dan idea de tierras básicamente llanas, sensación que parece confirmarse cuando se atraviesa la comarca por la A-3, que discurre lógicamente por el trazado menos accidentado. Tras esta apariencia de simplicidad se esconde, sin embargo, una realidad orográfica compleja. Toda la plataforma, entre noroeste y sureste, tiene un desnivel acumulado de más de 300 metros. Además, el cambio de vertiente entre el Cabriel y el río Magro produce un abombamiento de cota en la parte central de la comarca, y un abarrancamiento importante, que sobre las Hoces del Cabriel se hace terriblemente abrupto, y que se refuerza también en la proximidad de las diferentes sierras que rodean la comarca a los cuatro flancos. Estas sierras (Mira, de Utiel, Negrete, Cabrillas, Martés…) no solo crean una periferia comarcal muy quebrada, sino que introducen estribaciones importantes dentro de la cubeta central, como la citada Sierra de la Bicuerca. Todo ello complicó mucho la tarea de los ingenieros que tuvieron que ubicar las torres de telegrafía a lo largo de la comarca, como veremos a continuación. Vamos una por una.
Torre 21. "Altura de la Paradilla".
La torre se levanta al comienzo de la bajada al antiguo
Puerto de Contreras en su vertiente valenciana, en una elevación secundaria
poco caracterizada rodeada de cotas más elevadas. El topónimo, hoy perdido,
provenía del descanso que tenían que hacer bestias y arrieros después de
remontar el gran desnivel de la garganta del Cabriel. El lugar no es ni mucho
menos el más adecuado del inmediato entorno, que tiene cerca ubicaciones
notoriamente mejores, pero se entiende si se repara en la gran distancia que el
trazado de la Línea acumulaba ya desde la torre anterior, en Graja de Iniesta, a
más de 17 kilómetros. Quizás hubiese sido más lógico intercalar una torre
adicional en Minglanilla, lo que hubiese permitido ganar una cota más elevada
en el lado de Requena, que supondría a su vez una mejora importante de todo el
tendido posterior. Pero ello suponía una torre más. Así que la torre de
Villalgordo se acercó todo lo posible al borde de los tajos del Cabriel. La
torre siempre trabajó forzada. Hacia el oeste estaba en el límite de la óptica,
incluso para los potentes catalejos de lentes acromáticas. Afortunadamente la
zona no era de frecuentes nieblas, pero en el verano las Hoces del Cabriel
creaban reverberaciones por el calor y turbulencias que hacían muy difícil la
observación. Peor sin embargo era la salida hacia el este, pues los ingenieros
solucionaron el problema del encajonamiento con una decisión audaz: colocar la
siguiente torre a gran altura, sobre la Sierra de la Bicuerca. Ello suponía un
ángulo muy forzado de salida hacia el NE, que se corrigió en parte rotando el
ángulo de la torre unos grados en esa dirección. Tuvo que ser una torre muy
complicada de operar.
La torre es la única de la Línea de Valencia, junto con la de Arganda del Rey, que ha sido restaurada, aunque en este caso sólo en parte. La consolidación de muros y la reconstrucción de la cubierta garantizan por el momento su conservación, a la espera de concluir las labores de acondicionamiento.
Es una de las tres torres de la comarca de Requena (junto con la de Fuenterrobles y la Atalaya de Requena, números 22 y 24) construida en mampostería y cantería, en este caso un sillarejo de labra basta. Las otras dos torres, San Antonio y El Rebollar (números 23 y 25) recurren al ladrillo en esquinas, molduras y vanos. Se pone de manifiesto así que si hay piedra a pie de obra, se prefiere labrarla antes de recurrir al acarreo de ladrillo, decisión que se refuerza si la distancia a núcleo de población es grande o las dificultades topográficas son severas. El alero es de lajas de piedra, colocadas en grada invertida. Al exterior conserva pocos restos del enlucido original, sin rastros de color. Al interior el recubrimiento original está bien conservado, con restos de las tirantillas de los forjados de madera y la impronta de los peldaños de la escalera.
El lugar, dentro del Parque Natural de las Hoces del Cabriel, disfruta de alguna buena vista sobre las Hoces. Está bien señalizada, forma parte de un itinerario de senderismo dentro del Parque y disfruta de visitas regulares. Se organizan esporádicamente actividades culturales. Una buena torre en cualquier caso, en un entorno atractivo y con múltiples puntos de interés cerca que justifican una visita.
Torre 22. "Cerro de la Vicuerca".
Una hermosa torre es la de Fuenterrobles, tanto por la calidad
de la construcción como por el lugar, en la cresta de la Sierra de la Bicuerca,
con alguna de las mejores perspectivas sobre toda la comarca y una dilatada
panorámica en todas direcciones. Magnifico enclave, estupendo paisaje, ameno
paseo y una buena torre. Para visitar sin duda.
El acceso tiene poca pérdida. Una vez en Fuenterrobles, es necesario tomar la carretera que se dirige a localidad de Las Cuevas. Sobre la línea de cumbres de la Sierra, la torre es perfectamente visible desde todas partes. A unos 2,5 kilómetros del pueblo, poco antes del collado que la carretera usa para saltar la Sierra, se localiza a la derecha un pequeño aparcamiento. De ahí arranca una senda muy marcada (y señalizada) que después de unos 750 metros conduce a la torre. Aunque en algún momento tiene un cierto desnivel, es bastante cómoda.
El acceso tiene poca pérdida. Una vez en Fuenterrobles, es necesario tomar la carretera que se dirige a localidad de Las Cuevas. Sobre la línea de cumbres de la Sierra, la torre es perfectamente visible desde todas partes. A unos 2,5 kilómetros del pueblo, poco antes del collado que la carretera usa para saltar la Sierra, se localiza a la derecha un pequeño aparcamiento. De ahí arranca una senda muy marcada (y señalizada) que después de unos 750 metros conduce a la torre. Aunque en algún momento tiene un cierto desnivel, es bastante cómoda.
La torre se conserva muy entera, pese a la altitud (1.085 metros) y al lugar, que la expone a todas las inclemencias. Presenta íntegras las cuatro paredes, salvo una porción del muro NE perdida, que afecta al dintel de uno de los vanos del piso superior. El alero, de lajas invertidas, se conserva en su mayor parte. Está construida en mampostería y en una cuidada sillería que la convierte en una de las torres con una mejor factura de toda la Línea de Valencia. Está claro de nuevo que en una localización tan aislada, y con el vericueto de acceso que tiene, salía más a cuenta aprovechar la abundante piedra del lugar antes que acarrear nada. Da buena idea de lo complicado del acceso el hecho de que las piezas de cantería desprendidas estén todavía tiradas a los pies de la torre, pues un expolio aquí es casi imposible. Este excelente acabado compensa a cambio un mortero que no es especialmente bueno, seguramente porque se utilizó arena del lugar antes que transportar otra más adecuada. Conserva restos del enlucido exterior en dos de sus muros, sin vestigios de color. No ha tenido ningún uso desde su abandono.
Dicho lo cual, esta torre es toda una anomalía. El lugar tenía su lógica, como hemos dicho, si había que sacar rápidamente el trazado del laberinto de estribaciones sobre las Hoces del Cabriel. Pero el giro en el ángulo de la visual con respecto a la torre anterior ronda los 35º, a todas luces excesivo. Eso hizo rotar ligeramente, como hemos visto, la torre de Villalgordo, pero la de Fuenterrobles tuvo que girar bastante más, así que los ventanales de observación miran más bien a SO y NE, con unos 65º de rotación con respecto a su orientación teórica E-O. Pero lo más chocante es que el ventanal de transmisión a NE es inoperativo. Es completamente imposible avistar la siguiente torre (la 23 de San Antonio de Requena) desde él. La torre de San Antonio está encarada directamente hacia el muro SE de la torre de Fuenterrobles, con lo que esta última tiene que gestionar un giro del trazado disparatado que se aproxima al ángulo recto. Con seguridad nunca hubo una torre adicional que ayudase a redirigir la visual, así que el asunto es un buen rompecabezas, porque el muro bien orientado es ciego. Estoy consultando toda la bibliografía disponible y aparentemente no hay ninguna mención a esto, y me resulta increíble que nadie se haya dado cuenta. La solución al enigma está ahí, no obstante: de nuevo un pequeño orificio (o dos) en el muro SE, para introducir el anteojo. Buena chapuza, pardiez. Hubiese sido más fácil disponer la ventana de observación en el muro correcto, aunque ello hubiese supuesto una alteración (mínima y lógica) en el plan absolutamente uniforme de construcción de las torres. Ya es pasarse de cuadriculado, vaya que sí.
Esta solución (por llamarla de alguna manera) conduce a otra conclusión: no está claro qué tipo de máquina de señales montaron las torres de la Línea de Valencia, si la primera versión en doble bastidor cruzado en X o la simplificada de bastidor único, si es que fue la misma en todas las torres. Pero a la torre de Fuenterrobles no le quedaba más remedio que utilizar el árbol de señales cruzado, porque un bastidor sencillo siempre sería imposible de observar desde una de las dos torres inmediatas. Así que tampoco le envidio la existencia a los torreros de la Bicuerca: alejados de población, batidos por las ventiscas en una torre a gran altitud y gestionando unas transmisiones muy complicadas por lo que sin duda fue el mayor error de trazado de toda la Línea de Valencia. Todo por ahorrar una torre.
Torre 23. "Cerro de la Jedrea".
A diferencia de las dos anteriores, está sí que tuvo que ser
una torre cómoda para su dotación: muy cerca de núcleos habitados y apenas en
una ligera elevación de terreno en plena vega del río Magro. Con Utiel a un
paso. Con clima atemperado. De las que se rifan, vamos. Y aunque la observación
de la torre de Fuenterrobles era complicada (a más de 15 kilómetros), el otro
extremo hacia Requena era puro trámite, poco más de 9 kilómetros sin ninguna
contrariedad salvo las nieblas, que aquí eran más frecuentes y obligaban al
ordenanza a salir a uña de caballo con mayor asiduidad de lo que desearía.
El entorno de la torre no es especialmente atractivo, claro. Más bien no lo es en absoluto, y es de las cinco torres de Requena la que menos a cuenta sale visitar. En una loma descarnada sobre los viñedos, apenas unos almendros estragados y retorcidos ponen alguna nota de color. Lo que ocurre es que está tan inmediata a la autovía (salida 281) que apenas se pierde tiempo, si lo que se desea es ser sistemático y visitar la colección completa.
El entorno de la torre no es especialmente atractivo, claro. Más bien no lo es en absoluto, y es de las cinco torres de Requena la que menos a cuenta sale visitar. En una loma descarnada sobre los viñedos, apenas unos almendros estragados y retorcidos ponen alguna nota de color. Lo que ocurre es que está tan inmediata a la autovía (salida 281) que apenas se pierde tiempo, si lo que se desea es ser sistemático y visitar la colección completa.
Está muy bien conservada para el lugar donde se ubica, rodeada de población por todas partes. El uso del humilde ladrillo la ha protegido sin duda de los expolios, a lo que hay que unir un mortero de buena calidad. Solamente se utilizó cantería, de labra basta, en las esquinas y la cornisa del zócalo. Conserva los cuatro muros íntegros, y la mayor parte del alero de lajas invertidas. Curiosamente ha perdido el enlucido exterior casi por completo, mucho más que torres más castigadas, salvo algunos escasísimos restos en el muro sur. En el interior, por el contrario, está muy entero, mostrando la disposición habitual de elementos. Presenta una aspillera toscamente ensanchada en el muro este, para facilitar el paso al interior, aunque no parece que haya tenido usos posteriores, hecho extraño al resultar tan accesible.
Torre 24. "Atalaya de Requena".
Aquí tenemos la torre telegráfica inmediata a la propia
Requena, levantada a unos 2 kilómetros a vuelo de pájaro hacia el NE, sobre el
Cerro de la Alalaya (o de la Atalayuela) donde una vez se levantó la almenara de
alertas a la ciudad histórica. El acceso tradicional a la altura se realiza por
la vertiente sur, por el camino de Cuesta Blanca, aunque la forma más rápida de
acceder es por la ladera norte, abandonado la A-3 por la salida 289, tomando un
breve tramo la carretera de Chera hasta rebasar la línea del AVE, y luego a la
derecha la cómoda pista de servicio que la sigue durante algo menos de un
kilómetro hasta un puente sobre el tendido de ferrocarril que permite de nuevo
rebasar las vías. Hasta ese punto, que tiene un cartel de señalización
turística de la torre, puede accederse con cualquier vehículo. Luego el camino
que sube hasta la altura se degrada poco a poco, y se hace pedregoso en el
tramo final, apto solamente para todo-terreno, aunque la distancia a pie es
corta, y la subida no es áspera.
La torre, tan cerca de núcleo de población importante, ha tenido al parecer una secuencia de reutilizaciones, desde ocio y recreo hasta palomar. Estos usos posteriores explican su buen estado de conservación. Es especialmente de agradecer que los haya tenido, pues la estructura utiliza una cuidada cantería en todos sus elementos, que sin duda hubiese sido expoliada de haber quedado la torre abandonada a su suerte. La parte menos buena es que estos usos han supuesto una serie de importantes transformaciones en la torre original, aunque nada que no sea posible revertir fácilmente en una restauración, que por cierto, estando donde está ya va clamando al Cielo que no se haya producido, pues Requena (que ha hecho sus deberes en tantas cosas) parece que tiene olvidadas sus torres telegráficas.
La torre, tan cerca de núcleo de población importante, ha tenido al parecer una secuencia de reutilizaciones, desde ocio y recreo hasta palomar. Estos usos posteriores explican su buen estado de conservación. Es especialmente de agradecer que los haya tenido, pues la estructura utiliza una cuidada cantería en todos sus elementos, que sin duda hubiese sido expoliada de haber quedado la torre abandonada a su suerte. La parte menos buena es que estos usos han supuesto una serie de importantes transformaciones en la torre original, aunque nada que no sea posible revertir fácilmente en una restauración, que por cierto, estando donde está ya va clamando al Cielo que no se haya producido, pues Requena (que ha hecho sus deberes en tantas cosas) parece que tiene olvidadas sus torres telegráficas.
La torre conserva sin alterar los lados E y N. Este último es el único que sigue siendo ciego. La puerta en alto, en el lado oeste, fue parcialmente tabicada para convertirla en ventana, mientras que en el lado sur se perforaron tres nuevos vanos, una puerta de acceso a nivel del suelo (haciendo desaparecer una aspillera), un vano rasgado (seguramente un balcón con vista hacia la ciudad) en el piso del cuerpo de guardia, y una nueva ventana en el piso de maniobra, simétrica en alzado con las de los muros este y oeste. La reforma se hizo con ciertos medios, reproduciendo incluso los marcos de obra de los vanos originales, aunque en las aperturas nuevas las jambas y dinteles no son de sillería, sino de sencillo ladrillo y piezas de madera. El enlucido exterior fue eliminado para dar a los muros un nuevo acabado, mostrando la mampostería y con llagueado de falsete, que se conserva bien en todos los muros salvo en el norte, donde casi ha desaparecido. A falta de ningún dato que lo corrobore, yo diría que la reforma es del siglo XIX, y por tanto no muy posterior al cierre de la Línea de Valencia. El alero se conserva en un estado magnífico en todas las caras salvo de nuevo en el lado norte, donde el recubrimiento ha desaparecido dejando al aire las habituales lajas de piedra dispuestas en grada invertida.
El interior conserva bien los enlucidos, y arroja luz sobre las intervenciones posteriores, entre ellas una parte del cuerpo de maniobra que fue dedicada a palomar. Pero esta torre de La Atalaya conserva algo que es excepcional, la única de toda la Línea que puede aportar algo parecido al conocimiento de estas estructuras: una sección de la cubierta original, con cuatro tirantes que sobreviven de puro milagro. Al parecer, toda la cubierta de la torre estuvo íntegra hasta los años 90. Solamente este elemento justificaría una intervención inmediata en la torre para garantizar su preservación. Sobre las cuatro viguetas supervivientes se disponen gruesos listones transversales, y sobre ellos varias capas superpuestas de ladrillo (creo que cuatro, colocados en sentidos alternos en cada capa). Sobre ellas se vierte una lechada de mortero de cal, y encima a su vez se colocaría la cubierta de hojas de plomo embetunadas, que por supuesto ha desaparecido. Esta complicada solución de cubrición, muy pesada además, solamente puede tener una justificación: el aislamiento térmico. En veranos tórridos, las planchas de plomo directamente dispuestas sobre la tablazón hubiesen elevado la temperatura del piso de maniobra hasta extremos difícilmente soportables, sobre todo cuando la dotación pasaba en esa estancia la mayor parte del día. No deja de ser paradójico que la construcción se tomase tantas molestias para evitar el calor, cuando las disposiciones para protegerse del frío consistían en un simple brasero. No me cabe ninguna duda de que la estructura de la cubierta es original. Nadie se toma tantas molestias para techar una torrecilla de recreo, o un palomar.
Era una torre cómoda. Cercana a Requena, no muy batida, y con las dos torres aledañas muy próximas (ambas a poco más de 9 kilómetros), los torreros también podían darse por afortunados. De hecho, ambas torres se ven a simple vista, sin recurrir a los prismáticos, sobre todo la de El Rebollar, aupada en su picacho feroz. Merece la pena subir aquí. El lugar, sin ser ni mucho menos el enclave de las torres de Fuenterrobles o El Rebollar, es el corazón geográfico de la comarca y tiene una buena perspectiva sobre la vega del río Magro y las alturas circundantes. Abajo, al sur, hay una buena vista de Requena, con las torres del Barrio de la Villa sobresaliendo del resto. Por cierto que ya hemos hablado del viejo núcleo histórico de Requena en alguna ocasión, medina mora reconvertida en villa castellana, y créanme que estando aquí sería una verdadera pena no perder siquiera un rato en echar un vistazo, aunque Requena necesita tiempo, mucho tiempo...
Torre 25. "Puntal de la Agudilla".
La última torre de la comarca de Utiel y Requena es espectacular por el lugar en el que se eleva: un picacho aislado de forma cónica claramente visible desde la autovía, hacia el norte. La estampa no puede ser más evocadora. Es quizás la torre telegráfica de más hermosa planta de toda la Línea de Valencia, no por su calidad de obra sino por esta magnífica ubicación y las fenomenales vistas que se divisan desde su cumbre, que no igualan a las de la torre sobre la Bicuerca, pero por poco.
El acceso es relativamente complicado, proclive a despistes. Es necesario tomar la salida 297 de la A-3 en El Rebollar, contornear la zona de mantenimiento de la autovía, rodear el área de servicio y continuar por la vía de servicio al norte de la autovía unos 2,7 kms, ignorando todos los cruces hasta la antigua Ventilla de Don Pedro, donde se toma el camino que sale a la izquierda justo antes del edificio. Hasta ahí puede accederse con cualquier coche, y a partir de ahí dependiendo de lo que el dueño aprecie a su vehículo. Ya por un camino en progresivo deterioro, hay que atravesar los dos tendidos de ferrocarril para a continuación tomar la primera bifurcación a la derecha y poco más allá otra a la izquierda con un cartel que indica la casa de El Matutano. El camino continúa en progresiva subida, ya solamente para todo-terreno y cada vez en peor estado, hasta la misma base de la elevación de la torre, que queda hacia el este. Es mejor dejar el coche en el último campo de cultivo, al sur de la cresta, y caminar desde ahí. Bajo la torre el camino no tiene ensanche para aparcar, y luego dar la vuelta al vehículo es difícil. Los últimos metros se cubren a pie, por una senda muy erosionada y empinada que ataca en línea recta el desnivel hasta la estructura. En mi caso, me voy a acordar mucho tiempo: llegué arriba ya con muy poca luz, a última hora de un largo día de verano, y los tonos de luz poniente daban al lugar un aire casi mágico, con una leve brisa levantina, muy húmeda, que traía tenues olores.
La torre sorprende porque se conserva entera, con la única excepción de un alero muy deteriorado. Abandonada a su suerte, completamente golpeada por todos los vientos e inclemencias por lo expuesto de su ubicación, muestra señales de una erosión intensiva a todos sus flancos que ha hecho desaparecer hasta el más mínimo resto de enlucido original. La mampostería, además, es de una calidad mediocre, recurriendo al ladrillo en esquineras, vanos y molduras, ya que la elevación es básicamente arcillosa y carece de buena piedra a pie de obra. El alero es de losetas de piedra. Ha sido reutilizada alguna vez, aunque no es evidente para qué. Parece que intentaron cambiar la puerta de muro, de oeste a este, aunque no veo la razón para ello. También muestra señales de una escalera rehecha y otras modificaciones a las que no encuentro funcionalidad, pues la única explicación para subirse aquí, aparte de la transmisión telegráfica, es estar reñido con el género humano. Junto a la torre se levanta un poste metálico de un tendido eléctrico desaparecido, absurdo y aislado. Se ve que era tan difícil bajarlo de allí que la cuadrilla que retiró el resto del tendido lo dejó por imposible. La pena es que afea las fotos.
Como rasgo singular, único en toda la Línea, tiene una segunda fila de aspilleras en el primer piso, que contornea toda la torre. Son de factura muy tosca, y a todas luces posteriores a la primera construcción, pero no se me ocurre otro momento para su apertura que los años de servicio de la torre. Si hubiesen sido abiertas en la última guerra civil (por ejemplo), se hubiese utilizado cemento, pero emplean mortero de cal. Cuando se las examina, la razón salta a la vista: el picacho es tan afilado que las aspilleras de la planta baja, de diseño estandarizado, son inútiles para batir las empinadas laderas, con lo que un posible atacante podría plantarse casi junto al muro sin poder ser hostigado. Subiendo los puestos de tirador al primer piso se conseguía ganar los grados necesarios para que el ángulo de disparo cubriese las pendientes del cerro. Una dotación de torreros con iniciativa, qué duda cabe. Estaban muy aislados, y cerca de antiguos nidos carlistas. Eso aguza el ingenio.
Con tanta sesuda disquisición la noche se me echó encima, dando fin a una puesta de sol apoteósica que arrancaba tonos rojizos a todas las sierras de los contornos. El bucolismo de la escena se vino abajo, no obstante, cuando reparé en que con las prisas me había dejado el frontal de iluminación en el coche, justo al lado de una estupenda linterna cuyas pilas no iba a tener que preocuparme en recargar. Por no llevar también había olvidado abajo el móvil, y un servidor no fuma. Así que, puesto que lo de bajar sin nada de luz por la arrastradera de subida pintaba peliagudo, decidí esperar a que saliese la luna, que debía de estar casi llena, mientras disfrutaba de los últimos rayos de aquella candente puesta de sol. Poco a poco, mientras que las cumbres de las sierras de Requena se hundían en las sombras, en el llano aparecía una miríada de luces. Un resplandor surgía de la hondonada donde se ocultaba la pequeña ciudad, y divagando me perdí en las callejuelas del Barrio de la Villa iluminadas. Requena, la Fuerte, contra la que se estrellaban cruzados y carlistas, se sumía en el leve sueño de una noche de verano. Por la autovía desfilaba hacia Levante un tráfico denso de lucecitas de viernes, rezagados camino de espejismos de sol y playa. Arriba, sobre la vieja torre de telégrafo, el cielo se llenaba de miles de estrellas, con Vega y Deneb casi en el cénit. Abajo, a intervalos regulares, un tren de alta velocidad cruzaba con un chirrido agudo, como un gusano fugaz atiborrado de pequeños puntos de luz, desdibujados por la velocidad. Un rato después por fin salió la luna, tremenda, recortada sobre la Sierra de Malacara, y un autillo empezó a cantar muy cerca de la torre, hacia el norte. Ya llevaba mis buenas dos horas allí, recostado contra la torre, y el tiempo parecía haberse detenido, como si de encantamiento se tratase. Y de repente, tonto de mí, identifique por fin el olor que traía la brisa: mezclado con aromas de jara y lentisco, olía a mar. Y aunque ya la luna iluminaba la vereda, decidí que no tenía ninguna prisa en bajar.
Torre 25, "Puntal de la Agudilla", la más apartada torre de la comarca de Requena, y una de las más vistosas de toda la Línea de Valencia por su ubicación. |
Torre 21, "Altura de la Paradilla" desde la antigua carretera del Puerto de Contreras. |
Fachadas sur y este de la torre. |
Muro este de la torre. |
Interior de la torre, piso de aspilleras. La torre conserva buena parte del enlucido interior. El resto ha sido consolidado tapando fisuras. El solado de barro procede también de la restauración. |
Impronta de la escalera al piso de maniobras. |
Vaso del embalse de Contreras desde la torre de Villalgordo. |
Sierra de la Bicuerca desde la autovía A-3, salida de Fuenterrobles. La torre aquí es un pequeño punto, casi invisible. |
En las proximidades de Fuenterrobles. Torre 22 en lo alto de la Sierra, a 1085 metros de altura. |
Jambas y dintel en arco plano de la puerta, lado SO. |
Interior de la torre. |
Panorámica desde la Sierra de la Bicuerca. |
Fuenterrobles desde las inmediaciones de la torre telegráfica. |
Torre 23, "Cerro de la Jedrea". San Antonio de Requena. |
Fachadas sur y este de la torre. |
Fachada oeste. |
Panorámica opuesta, hacia la Sierra de la Bicuerca, en cuya cumbre se levanta la Torre 22. A más de 15 kilómetros, hace falta una óptica realmente potente para distinguirla con cierta resolución. |
Requena desde la torre telegráfica, hacia el sur. |
Torre 25, "Puntal de la Agudilla" desde la torre de Requena. Incluso a simple vista se aprecia el picacho aguzado en el que está construida. |
Torre 25 desde la base de la cresta. Las fotos no hacen ninguna justicia al lugar, bastante más escarpado de lo que pudiera parecer. |
Fachada norte de la torre. Se aprecian las dos filas de aspilleras, la original en el nivel inferior y la posterior, con vanos más pequeños y toscos, abierta arriba en el cuerpo de guardia. |
Fachada oeste de la torre. |
Detalle de la fachada norte, con los dos niveles de aspilleras. |
Perspectiva hacia Levante, con las sierras de Buñol. |
Últimas luces del día. Abajo, en algún lugar, está Requena. |
Para la primera parte de esta entrega, Preliminares: https://www.turalia.blog/2019/08/el-telegrafo-optico-parte-1.html
Para la tercera parte, Por las lomas de la Manchuela: https://www.turalia.blog/2020/04/el-telegrafo-optico-parte-3.html
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