El Telégrafo Óptico (Parte 3)
Por las lomas de la Manchuela.
Tercera entrega de la línea de telegrafía óptica en las
tierras de Cuenca, en esta ocasión a través de la porción más oriental de la comarca manchega.
Lo de Manchuela es topónimo moderno y artificial, o quizás no
del todo. Seguramente llegó a usarse a nivel popular en alguna localidad de la
zona, en el sentido de la Mancha entre el Cabriel y el Júcar. Los cauces de
ambos ríos, muy encajonados cuando no sumidos en profundas hoces, acaso crearon
un relativo sentido de apartamiento del resto de la comarca manchega, que por
lo demás no va a ser concebida como La Mancha, como un todo, hasta muy avanzada
la Edad Moderna, y no va a tener una clara formulación teórica hasta el
regionalismo manchego del siglo XIX, incluyendo etimologías pintorescas acerca
del origen del vocablo. Cierto manco soldado y alcabalero, gloria de la
literatura, que utilizó el topónimo como nombre propio y en singular en el
título de su obra más universal, en el texto mentalmente sigue diferenciando
áreas, puesto que en el perfecto conocimiento de una comarca que corría de
arriba abajo, no la veía realmente como una totalidad.
Esto es debido a que, en sus orígenes durante la Repoblación,
no hubo Mancha sino manchas, yermos para coto, presura y arrompido, a
los que había que poner apellido. La primera fue la Mancha de Vejezate, en las
riberas pútridas del Záncara. Luego, alguien con más vista caminó cuatro leguas
al sur y roturó mancha en Tomelloso, lugar al que lució mucho más el pelo. Enseguida
siguieron otras, la mayoría de nombre efímero, mientras se consolidaba la
ocupación y explotación del territorio. La de nombre más sonoro y duradero fue
la Mancha de Montearagón, de grande extensión e imprecisos límites, que
abarcaba más o menos el amplio espacio entre las Lagunas de Ruidera al oeste,
los límites del Reino de Valencia al este y las Sierras de Cuenca y Alcaraz a
norte y sur. La Mancha de Montearagón fue unidad geográfica percibida, que no
entidad política, documentada desde el siglo XIII y al menos hasta el siglo
XVII, apocopada desde el siglo XVI en Mancha de Aragón, como la cita el Quijote
o la llama fray Luis de León en su proceso inquisitorial. Los patrones
geográficos en la cultura popular suelen ser muy persistentes, pues forman
parte del sustrato de conocimiento colectivo. La actual Manchuela no coincide
con la antigua Mancha de Montearagón, mucho más extensa, pero hay algo ahí: un
esquema mental de diferenciación de la porción más levantina de la comarca
manchega. Por lo demás, lo de La Manchuela sale del subconsciente popular y entra
en el ámbito administrativo a partir del año 1966, en un intento fallido de
denominación de origen de vino (no se obtendría hasta el año 2000) pero que
sirvió de catalizador de algo que siempre había estado ahí. También ayudaron
siglos de historia en común: casi toda la Manchuela fueron términos de Alarcón,
Iniesta y Jorquera, tres villas a Fuero de Cuenca, y las tres englobadas dentro
del enorme estado de Manueles y Pachecos, el Señorío de Villena.
Geográficamente hablando, también la diferenciación es
evidente: la Mancha central es la gran llanura; la Manchuela es tierra de
colinas, casi nunca plana, que va perdiendo poco a poco altura de norte a sur.
La Mancha es el yeso, el espejuelo, el pedernal y la arena de aluvión donde
nunca entró la filoxera; la Manchuela es la arcilla y la terra rossa. La
Manchuela tiene una mayor altura media, como borde que es de la cubeta
manchega. Solamente cuatro pueblos en la Manchuela, en su extremo sur, están
por debajo de 700 metros de altura. 800 y pico es lo habitual, y hay alguno por
encima de 900 metros, en tanto que los grandes poblachones del centro de la
Mancha suelen estar en torno a los 650. También la Manchuela, dentro de la
relativa aridez, es más lluviosa, resultado de su mayor proximidad a Levante. De
molino hidráulico, que no de viento. Asimismo, está menos deforestada que el
resto de la Mancha. Es una comarca de perfiles suaves y amables, de colores
rojizos, cultivada de vides, almendros y olivos, salpicada de pinos donceles,
sotos y bosquecillos. A zonas, tiene un parecido sorprendente con la Toscana.
La Manchuela son dos, la de Cuenca y la de Albacete,
separadas por el torpe remedo que fue la reforma provincial de Javier de Burgos
de 1833, que no respetó siglos de historia y ni siquiera acertó a dar una separación
razonable entre las dos, sin ir más lejos con el término de Villalgordo del
Júcar. 30 municipios conquenses y 24 albaceteños, aunque sus límites externos son
pura convención moderna, y por tanto discutibles y un tanto lábiles (como
ocurre con las mancomunidades y los programas de desarrollo rural). 70.000
habitantes, 42.000 en Cuenca y 28.000 en Albacete, ambas zonas en expansión
demográfica (cosa harto infrecuente por estos lares) merced sobre todo a una agricultura
próspera y a una potente industria de transformación, aunque las desigualdades
entre municipios son muy evidentes, con localidades casi urbanas y otras casi
despobladas, con una divergencia de niveles de renta brutal. Es muy desconocida
del turismo, salvo Alarcón y Alcalá del Júcar, aunque otras cinco poblaciones
al menos tienen un notable potencial. Tal es la Manchuela, y su paisaje apenas
ha cambiado desde que los ingenieros de D. José María Mathé y Aragua la corrieron
de este a oeste buscando las más adecuadas cotas para levantar sus torres telegráficas. Y lo de
correr está aquí utilizado en su sentido más literal, porque su jefe exigía
resultados, como vimos, a una velocidad despiadada.
Lo tuvieron fácil, a la vista está. No hay paisaje que se
preste más a un tendido de telégrafo óptico. En la Mancha faltan elevaciones, y
en la Sierra sobran y hay que introducir la visual entre cumbres como quien
enhebra una aguja. Ya hemos visto los problemas y errores que tuvo el trazado
de la Línea en la comarca de Requena, de tramposa orografía. En la Manchuela,
por el contrario, se puede elegir colina de entre todo un catálogo de ellas, permitiendo
además una separación larga. Menos torres y más espaciadas, pero con una
visibilidad perfecta. Cinco torres cubren una distancia de unos 71 kilómetros, medidos
de confín a confín comarcal. Las distancias entre ellas son de 13.50, 15.30,
13.40 y 12.40 kilómetros, bastante uniformes, pero es que las cotas suman
respectivamente 871, 872, 868, 902 y 866 metros. Con la no muy evidente
excepción de la cuarta torre, están todas a la misma altura, y el ángulo de
alineamiento entre ellas suma desviaciones muy comedidas. Además, y según
establecían las puntillosas instrucciones para su ubicación, están todas
inmediatas al viejo Camino Real de Valencia y cercanas a población (la más
alejada a 4,4 kilómetros, la más próxima a 900 metros), lo que hacía más
llevadera la vida a los torreros.
Su estado de conservación es relativamente bueno. En
anteriores entregas de este trabajo ya hemos dado algunas razones: en primer
lugar, el uso del ladrillo en esquinales y vanos, material humilde que no
despierta las codicias de las piezas de sillería. Solamente la torre de
Olmedilla utiliza un tosco sillarejo en las cantoneras. También están próximas a
los pueblos, hemos dicho, pero lo bastante lejos para que no resulte rentable un
expolio de la mampostería. A esto hay que añadir una horquilla térmica más
moderada que en otras zonas por la relativa proximidad a Levante y, sobre todo,
la utilización de morteros de una excelente calidad. En alguna de las torres,
la argamasa es más tenaz que la propia piedra que traba. Dos de ellas además,
la de Olmedilla de Alarcón y la de Graja de Iniesta, han tenido usos
posteriores, como siempre desfigurando la estructura original pero
permitiéndola sobrevivir al paso del tiempo. Todas conservan sus cuatro paredes
más o menos enteras, salvo la de Motilla del Palancar, que es la que muestra
una ruina más avanzada y la que tiene un peor pronóstico si no se interviene en
ella a corto plazo. En general, el estado de conservación es algo peor que en
las vecinas cinco torres de la comarca de Requena (ver entrada anterior) pero
sustancialmente mucho mejor que el estropicio que veremos en la siguiente
entrega, en la mitad occidental de la Mancha conquense.
Los accesos son buenos, por si alguien quiere acercarse a conocer alguna de estas torres de la Manchuela, cosa que le recomiendo. Con un vehículo normal y cortos paseos no llevará más de unos pocos minutos una vez que uno se salga de las carreteras. Incluso los caminos están bien arreglados y salvo épocas de fuerte pluviometría no presentan problemas. Por el contrario, son torres con un entorno menos atractivo del que vimos en la zona de Requena o el que veremos próximamente en el Ramal de Cuenca, lo que no quita que tengan estupendas panorámicas de una comarca que, en general, se conoce poco. Vamos una por una.
Los accesos son buenos, por si alguien quiere acercarse a conocer alguna de estas torres de la Manchuela, cosa que le recomiendo. Con un vehículo normal y cortos paseos no llevará más de unos pocos minutos una vez que uno se salga de las carreteras. Incluso los caminos están bien arreglados y salvo épocas de fuerte pluviometría no presentan problemas. Por el contrario, son torres con un entorno menos atractivo del que vimos en la zona de Requena o el que veremos próximamente en el Ramal de Cuenca, lo que no quita que tengan estupendas panorámicas de una comarca que, en general, se conoce poco. Vamos una por una.
Torre 16. “Valverde de Júcar”.
La torre se levanta en una elevación poco marcada al SO de la
población, más o menos a unos 900 metros de las primeras casas del pueblo (la
distancia por caminos sube a 1,2 kilómetros). La cota es uno de los cerros
testigo de erosión que se descuelgan del Cerro de San Pedro, sobre la
población, y poco a poco van descendiendo hacia la antigua confluencia del
Júcar con el río Gritos, hoy bajo las aguas del Pantano de Alarcón. La
siguiente cumbre al sur es el Cerro de San Roque, importante yacimiento
arqueológico.
El paisaje que se divisa desde esta torre ha cambiado mucho
desde el siglo XIX. El llenado del vaso del embalse en 1955 supuso varios
cambios bien conocidos. En primer lugar, la vieja N-III Madrid-Valencia, que
seguía el trazado del viejo Camino de Valencia, se desvió por Honrubia.
Olmedilla, Buenache, Hontecillas y Valverde pasaron de condición de localidades
de tránsito, a quedarse virtualmente aisladas. De ahí que esta torre, y la
próxima de Olmedilla, estén hoy apartadas del gran eje de comunicación. El
trazado de la vieja carretera se distingue perfectamente desde la torre
telegráfica: sale de Hontecillas, salta el río Gritos y atraviesa Valverde del
Júcar para inmediatamente remontar el collado tras el Cerro de San Pedro, pasar
junto al viejo despoblado de Villafranca y cruzar el Júcar por el Puente de la
Caserna, obra del ingeniero Lucio del Valle, que a menudo se queda en
descubierto por la bajada de las aguas del embalse. De ahí, la antigua N-III
trepaba hasta Olivares, pueblo al que al menos le quedó carretera nacional, la
N-420.
Pero de lo que realmente se extrañarían los viejos torreros
de Valverde, de levantar la cabeza, es de no ver abajo las mejores tierras de
labor de la provincia de Cuenca, huertos y frutales, acequias y azudes. Tampoco
los tejados de Gascas, El Licenciado, Las Monjas y Peñaquebrada, entre cien casas
de labor, molinos y batanes, o la pequeña espadaña en el horizonte de la ermita
de la Virgen de la Estrella, de concurridas romerías. Valverde y los demás
ribereños pagaron, a cambio de entelequias turísticas, un precio atroz por el
Pantano de Alarcón, una más de tantas facturas pendientes en esta tierra
conquense que ya debe ser seráfica de tanto recibir, y poner la otra mejilla. Por
otros lugares llegan dando, y les dan.
Pero preliminares aparte, esta torre es una anomalía. Es la
única de toda la línea que se aparta de rígido diseño fijado por el coronel
Mathé. Cuenta con dos cuerpos en vez de tres y es mucho más baja que las demás,
además de otros detalles. La explicación es bien simple: está reconstruida. Fue
atacada y seguramente volada en el año 1854, por un personaje con el que ya nos
hemos topado en alguna ocasión: Don Manuel Buceta del Villar.
Buceta era de extracción social muy humilde, de pequeño pueblo de la Galicia rural, e hijo natural (los dos apellidos son
maternos). Liberal radical, de ideas incendiarias y
carácter explosivo, el ejército fue su tabla de salvación. Militar chusquero de estrambótica carrera (en la que no obstante
rozó el generalato), gobernador militar que llegó a ser en Melilla, Málaga y Samaná
de Santo Domingo… toda la vida de Manuel Buceta fue un tirar para adelante a
toda velocidad en un derroche de energía, valentía e insensatez. Un personaje
que atrae en cuando uno se topa con él, a fuerza de literario y dramático. Casi
épico.
El caso es que el bueno de Manuel Buceta, por entonces de 46
años de edad, andaba de comandante en la reserva después de su apoyo al intento
de revolución de 1848 (que le costó exilio y posterior perdón) cuando se unió a
la alianza liberal (de progresistas y
moderados) representada por los generales Espartero y O´Donnell, que se alzaba
contra el gobierno reaccionario y anticonstitucional de Luis José Sartorius. La
historia es conocida: O´Donnell se pronunció al frente de un batallón de infantería
reforzado con paisanos afectos y marchó sobre Madrid en junio de 1854. A la
entrada de la capital, en Vicálvaro, el día 30 se topó con las tropas del
general Blaser, que defendía la ciudad en nombre del Gobierno. Tras un combate para
guardar las apariencias (La Vicalvarada), O´Donnell se retiró a
la Mancha atrayendo tras de sí a las tropas gubernamentales, que dejaron desguarnecida
la ciudad haciendo posible que pudiese estallar unos días después la Revolución
de 1854. En la retirada manchega, con las tropas desmoralizadas, Manuel Buceta
se ofreció a O´Donnell para intentar tomar la ciudad de Cuenca por sorpresa, a
fin de levantar la moral de los sublevados con un golpe de efecto.
La expedición de Buceta sobre Cuenca es una de esas aventuras
tan maravillosas e increíbles que de haber tenido lugar en otras latitudes hace
años que sería largometraje de Hollywood con taquillazo en Broadway. Los yanquis, que para estas cosas se las pintan,
le habrían puesto un rimbombante título: “Suicide Strike”, “Raiders of Perdition”, "Ride to Hell" o algo así, y ya llevaría un par de remakes, cuanto menos.
Brevemente, el general O`Donnell autoriza el intento, pero como
no puede prescindir de tropas regulares pide a Buceta que enrole a paisanos. Nuestro
hombre consigue, derrochando entusiasmo, que sesenta de ellos se alisten voluntarios
en la descabellada empresa. Hay fuente que habla de “70 u 80 facciosos”, variante que no va en desmedro de la temeridad, porque Cuenca la defendían 500 hombres, 200 de
tropa regular y el resto guardias municipales y peones camineros armados.
Seguramente el día 5 de julio, Buceta se lanza
(literalmente) desde algún lugar no muy lejano de La Roda, armado hasta los dientes.
Pasa como una exhalación por Sisante y otros pueblos haciendo requisas a tal
velocidad que se anticipa a los correos rápidos que envían a la capital los
indignados alcaldes. En Belmonte, seguramente el día 7, se hace con diez
carros, en los que monta a su entusiasta tropa, ya derrengada, amén de todo un
arsenal, y sin parar más que a cargar agua toma el camino de Cuenca reventando
a las bestias de tiro. El día 9, tras una corta parada en Arcas, entra como lobo en Cuenca
sin ser avistado por el barrio de Tiradores, y se encuentra con que la tropa
regular ha marchado a Guadalajara justo un día antes y el resto de los defensores
está confinado en el sótano del Cuartel de Provinciales fabricando munición. El
gobernador civil ha sido tan inepto que no ha puesto ni vigilancia en las
entradas de la ciudad. Audaces Fortuna Iuvat. Los voluntarios de Buceta
se desparraman por la ciudad enardecidos, apresan a las sorprendidas autoridades
y desarman a guardias y peones sin más que un pequeño tiroteo en las
proximidades del Gobierno Civil (actual Colegio de El Carmen). La máquina del
telégrafo óptico de Cuenca, en el tejado del Gobierno Civil, es apresada tan rápido que
los torreros no tienen tiempo ni de transmitir el código de alerta, aunque
consiguen destruir el valioso Diccionario de señales. El torrero de segunda D. Antonio
Mas, jugándose el tipo en el cumplimiento del deber, consigue llegar a la Torre
de la Mendoza, la siguiente en la Línea, donde lanza por fin el desesperado
mensaje de la caída de la ciudad. El aviso, impreciso en la descripción del
enemigo, causa estupor en el Gobierno, que se imagina una nutrida fuerza entrando
a sangre y fuego en la pequeña Cuenca. También consigue el efecto buscado, pues
se filtra a los bajos fondos madrileños, donde el populacho está alcanzando el
punto de ebullición. En algún lugar del camino de Andalucía, las tropas de O’Donnell
irrumpen en gritos de júbilo cuando les llega la noticia unos días después.
En
Cuenca, Buceta no pierde el tiempo: forma una Junta con los elementos liberales
más exaltados de la ciudad, recluta más hombres y expande su control sobre los
contornos con pequeños contingentes armados, a la vez que lanza una proclama vitriólica
detrás de otra, que causan espanto en los círculos conservadores, moderados y eclesiásticos
de la ciudad. En Carrascosa del Campo uno de sus destacamentos se topa con las
tropas gubernamentales que acuden a retomar la ciudad. Sin fuerzas para
oponerse a ellas, y con la convicción de que Cuenca no iba a secundarle en un
asedio, Buceta se retiró por la Sierra el día 15 de julio, con idea de
atravesar todo Aragón para exiliarse en Francia con su aguerrida tropa, y de paso sacudirle a lo que se pudiera. Es
estas andaba cuando recibió la noticia del triunfo de la Revolución en Madrid,
que le supuso la vuelta al servicio activo (oficialmente), el ascenso a coronel
y el cargo de gobernador en Melilla. Al final de su increíble periplo conquense
contaba con más hombres, más cabalgaduras y más pertrechos que cuando lo
comenzó. Todo ello sin más violencias que las estrictamente necesarias y poco
derramamiento de sangre ya que, aunque impetuoso y visceral, no era sanguinario.
> Para la toma de Cuenca por Manuel Buceta, en este blog: https://www.turalia.blog/2016/03/la-conquista-de-cuenca-de-1854.html
Pero falta intercalar aquí el episodio de la torre telegráfica de Valverde
de Júcar. De que fue Buceta no cabe duda: Jesús López Requena (El Progreso con Retraso: La Telegrafía
Óptica en Cuenca, 2010) extracta una comunicación del Boletín Oficial de la Provincia
de Cádiz, del 14 de julio: “Las turbas de paisanos que se les unieron en
Aranjuez, se han separado de ellos a las pocas leguas de marcha, y a las
órdenes de un nombrado Buceta, se han dirigido a la provincia de Cuenca entregándose
a su paso por los pueblos al pillaje y al saqueo, destruyéndose una de las
torres telegráficas, y ejerciendo en fin todo género de violencia”.
Aparte de la parcialidad del documento (v.g, las “turbas”
formadas por sesenta o pocos más) está claro que Buceta se desvió de la ruta más
directa a Cuenca, sin duda en La Almarcha, para atacar la torre de Valverde (por descarte de las demás ya que es la
única que fue destruida), seguramente cruzando el Júcar por el puente de
Talayuelas o por el pontón de El Licenciado. Cortar las comunicaciones del Gobierno
del Conde de San Luis con Valencia era estratégicamente obvio, a efectos de
dificultar la coordinación de las tropas que confluían sobre O´Donnell. Tampoco
podía pasar a plena vista de las torres, que hubiesen dado aviso de la
incursión, y en su manera de ser no entraban sutilezas como cruzar de noche. También
suponía una primera victoria fácil, con la que enardecer a sus traqueteados
voluntarios. La toma de la torre tuvo que ser el día 7 o el 8 de julio de 1854.
Más concretamente en algún momento entre el mediodía de ambas jornadas, pues el
primer día Buceta aún seguía en Belmonte (imagino que muy de mañana) y la madrugada
del día 9 estaba en Arcas, así que tuvo que pernoctar allí o muy cerca, lo que
supone que toda la tarde del día 8 se le iría en un frenético viaje entre
Valverde y Arcas. La torre de Valverde albergaba a la oficialidad de la Sección Tercera de la Línea de Valencia, así que si no fueron sorprendidos es posible
que intentasen hacer resistencia, aunque contra una partida tan numerosa era
difícil. En las calles de Cuenca, al día siguiente, algunos de los hombres de
Buceta exhibieron trabucos y escopetas de grueso calibre, armas que preferían a
los fusiles reglamentarios. Todavía en nuestros días es el mejor arma para pelear
en un espacio reducido y para atacar a un enemigo parapetado, pues rocía de postas
y perdigones las aspilleras y causa rápidamente bajas a los defensores. En el
ataque carlista a Cuenca de 1874, los asaltantes utilizaron sistemáticamente
postas contra los parapetos gubernamentales. Si los torreros de Valverde no se
rindieron antes del ataque, lo harían después de un rato de fuego graneado a los
cuatro frentes, que les obligaría a refugiarse en la parte alta de la torre y al
cual no podrían responder. Desgraciadamente no he sido capaz de encontrar
detalles del episodio.
Una vez tomada, la torre fue explosionada. Si se la hubiese
incendiado, los cuatro sólidos muros habrían quedado en pie, con lo que no
hubiese hecho falta reconstruirla por completo, y Buceta no tenía tiempo para
desmontarla. Lo que sí que tenía era pólvora en abundancia, y había conseguido sus
primeros galones reventando reductos carlistas, así que era experto en el tema.
Además, eso de hacer saltar las cosas por los aires congeniaba muy bien con su sulfúrico
carácter. Un buen espectáculo para la tropa, y arreando para Cuenca, que se
hace tarde. Por toda la elevación, y a una gran distancia de la torre, todavía
hoy de recogen diminutos fragmentos de ladrillo y mortero, lo que apoya la teoría
de una voladura. No es difícil imaginar la cara de las dotaciones de las torres vecinas, testigos impotentes del lance a través de la potente óptica acromática, para terminar en un súbito destello, una nube de polvo y humo y, unos segundos después, el eco de un trueno lejano. Aunque los mensajes de la destrucción de la torre de Valverde volaran a las Comandancias con todo lujo de detalles, su mismo fin extinguía las sospechas, pues ¿En qué cabeza cabría que aquella caterva de locos tenía otro objetivo, y que la torre era solo escala de calentamiento? A Cuenca no llegó ningún aviso de lo ocurrido en Valverde.
Tras el triunfo de la Revolución de 1854, la torre tuvo que ser
reconstruida. En unas fechas en las que ya se había decidido la liquidación del
telégrafo óptico (la opción por la telegrafía eléctrica data de 1852, como
vimos) se edificó una estructura más modesta, con vocación de provisionalidad. Cuando
la torre de Valverde se reedificó se estaba finalizando la primera línea de
telegrafía eléctrica, la de Irún. La nueva torre no tenía ni dos años de
funcionamiento cuando fue cerrada. Poco tiempo después fue sacada a subasta,
como todas las demás, y sistemáticamente expoliada de todos sus materiales de
valor, que este caso no eran tantos como en el resto, porque la calidad de obra
era otra. Se aprecia en los detalles: los ladrillos de los potentes esquinales,
aparte de la imperfecta colocación, son en buena parte reaprovechados. Algunos
están claramente rotos, reutilizados probablemente de la vieja torre
desaparecida. La mampostería es obra mala, con muchas piedras de pequeñas
dimensiones. Da la impresión de que levantaron la estructura mientras les quedó
material que reaprovechar a pie de obra (lógicamente con una explosión de por
medio no era todo el que tenía la torre original), luego encargaron algunos
ladrillos nuevos y barrieron literalmente todo el otero, recolectando toda piedra
que tuviese un mínimo tamaño para acabar de rematar la parte superior, que debía
ser tan endeble que ha desaparecido por completo. Total, para lo que iba a
durar…
Aunque la torre no sea gran cosa, el lugar tiene una estupenda vista sobre los contornos, como hemos comentado. Desde Valverde, el acceso es
rápido.
Torre 17. “Atajollano”.
Esta es una torre que, como la de la Atalaya de Requena o a
la de Vedat de Torrent, está muy desfigurada por adiciones espurias modernas, en
este caso del año 1967 para ser exactos. De nuevo otra conversión en seudo-fortaleza
de falsete con variados aderezos castrenses, eso sí, de ladrillo hueco. Y
afortunadamente, pues esta reforma la ha salvado de peores destinos, así que
hemos de agradecer al aspirante a castellano que se tomase tantas molestias por
entonces, máxime cuando un examen detallado de los paramentos indica que los
aleros debían ya haber desaparecido, que el rebaje de los muros ya alcanzaba a
las ventanas del piso de maniobra y que ya había sufrido expolio en las piezas
de las esquinas del cuerpo bajo. Así que el estado de conservación ya era
precario en los años 60 del pasado siglo. Sería interesante conseguir alguna
imagen anterior a la reforma, que desde luego paró el proceso de ruina y sería
fácil de revertir eliminando los elementos añadidos. Ahora, de nuevo abandonada
y abierta, está sufriendo un evidente deterioro.
Los forjados de los pisos internos parecen completamente
modernos, así como todos los elementos añadidos, como escaleras y carpintería. Presenta ladrillo en marcos y
verdugadas, pero esquineras de piedra, en tosco sillarejo, siendo una
combinación poco frecuente y la única de las cinco que presenta esta solución. Los
aleros, desaparecidos, debían de ser como casi siempre de lajas de piedra en
grada invertida. Los lados este y norte se conservan sin alterar. Este último
conserva todavía importantes restos de color amarillo. En el lado oeste, la
puerta elevada ha sido cegada en parte para convertirla en ventana. Por el
contrario, en el lado sur (ciego originalmente) se ha abierto puerta a nivel y
un balcón en el piso de maniobra, hacia el Pantano de Alarcón. Cosa lógica, si se
tiene en cuenta que es el flanco, con diferencia, que tiene mejor e idílica vista,
cosa que a los torreros, al comandante de Motilla y al Gran Jefe se la traía al
pairo. La reforma es muy similar, aunque de peor calidad, a la que sufrió la
torre de la Atalaya de Requena, aunque aquella intervención es más antigua que
la de Olmedilla.
El interior ha sido utilizado como palomar y almacén de
aperos, además del uso lúdico. Las escaleras de madera que conectan las plantas
están en mal estado y recomiendo que no se usen. Nada en el interior justifica
subir a los pisos altos, además.
La torre se levanta sobre la carretera CM-2100 (que aquí
reemplaza a la extinta N-III), entre Buenache de Alarcón y Olmedilla, en una
elevación que realmente es un puntal de la amplia meseta que se abre a sus
espaldas, así que una vez allí el paisaje es sorprendentemente plano, de ahí
seguramente su nombre original. Es perfectamente visible desde los contornos.
El lugar es también vértice geodésico. Visto lo cómodo que es llegar arriba,
merece la pena subir, siquiera por las vistas sobre el embalse.
Justo en la vaguada inundada bajo la torre se encontraba el
viejo pueblo de Gascas, hoy sumergido, cuyos restos aparecen en épocas de bajo
nivel del pantano.
La supervisión de la construcción de la torre, según Jesús
López Requena, corrió a cargo del torrero de segunda D. José Miguel, que
también se encargaría de controlar la edificación de las de Motillla del Palancar,
Iniesta y Graja de Iniesta. También da los nombres de algunos de sus torreros: León Estrada, José Muñoz, el ordenanza Prudencio Villamil... nombres vacíos salvo en lo que se refiere a las peripecias del servicio oficial, pero que merecen ser recordados. La cara humana de la moneda se la encuentra uno de repente cuando un paisano, roto el hielo, te informa que su tatarabuelo, el asturiano, fue el último torrero, y que su abuela aún guardaba la casaca de su respectivo abuelo como un tesoro, bien metida en naftalina, con el número de la Sección Tercera bordado en la bocamanga roja, y repara uno en lo profundo que caló en la memoria popular el Telégrafo Óptico en las comarcas que atravesó, pese a los escasos años de su funcionamiento.
Torre 18. “Juan Bueno”.
La torre de Motilla del Palancar fue Comandancia de línea de
segundo orden desde 1850. Esta Comandancia, que habría de ser provisional, se convirtió
en definitiva hasta la extinción de la línea en 1856. Pese a la ser la
decimoctava de treinta, estaba más o menos a mitad del trazado entre Madrid y
Valencia, y junto a población principal, así que se consideraría adecuado establecer
allí un comandante ayudante. Jesús López Requena enumera a los sucesivos
ocupantes del cargo (un tal Ochotorena en 1850, D. José Clares en 1851, D.
Pedro Santiago Peigneux entre 1852 y al menos 1854; y D. Dionisio Atance en
1856, que tuvo que ser el último).
La torre se levantó a toda velocidad (como todas). Hubo demoras no obstante, y comentó a transmitir
cuando todavía no estaba terminada, pues faltaban “las puertas interiores,
el valdosado, el lucir toda la torre por dentro y pintar las puertas y ventanas”.
Reflejo de que las prisas nunca fueron buenas, la torre necesitó reparaciones
en el emplomado de la cubierta ya en 1849, de las que se encargó el plomero
Manuel Velázquez, que también tuvo que reparar las de Villares del Saz y Graja
de Iniesta. Por cierto que, durante la construcción, la cuadrilla de albañiles
que la levantaba despidió al hijo del alcalde (del que podemos imaginar los
méritos por los que estaba allí contratado, y el nivel de productividad que
provocó su despido). Su padre, en una encantadora escena exponente del mejor
casticismo hispánico, amenazó con enviar a la Guardia Civil y echar a tiro
limpio de la torre a toda la cuadrilla si su hijo no era readmitido. Y luego
que la obra iba con retraso. Qué país, Señor.
Ya hemos comentado que esta torre es la que presenta un peor
estado de conservación de las cinco de la Manchuela. Se ha desplomado toda la
esquina suroeste (seguramente por expolio de las piezas de sillería de la esquina
del zócalo) y el muro sur, mermado de apoyo, se ha rajado por su mitad y amenaza
con un desplome que no tardará en producirse. Si la caída se produce hasta el
interior (como parece que va a ocurrir), causará todavía más daño al resto de
la estructura, sobre todo porque el lado oriental está prácticamente dividido en
dos, con lo que si el muro norte (el único bien conservado) recibe un impacto
directo, podría producirse un colapso casi total de la estructura. Así que esta
debiera ser la torre de la comarca donde primero se tendría que intervenir, ante
todo para un apeo controlado del muro inestable, y luego al menos para una
consolidación del resto, si es que no se puede acometer una restauración
integral. Una localidad importante como es Motilla, con poco patrimonio monumental
además, no debería dejar perder esta torre, y le queda muy poco tiempo.
A pesar de su ruina, quedan restos de alero en todos los muros.
Utiliza el ladrillo en esquinales, vanos y verdugadas, como casi todas las de
la zona.
Se accede desde Motilla, saliendo por la antigua N-III en dirección
a Alarcón y Honrubia, y enseguida tomando el antiguo camino de Valhermoso de la
Fuente y Alarcón a la derecha. Utilizando los mejores caminos para llegar a ella,
bien acondicionados, la distancia desde el pueblo suma 3,3 kilómetros. Usando caminos menos decentes se gana algo. La distancia en el momento de la
construcción era mucho menor, pues se accedía directamente desde el Camino Real,
que pasaba a unos pocos metros al norte, por donde ahora lo hace la N-III.
Entre la carretera al norte y los dos ramales del AVE (Albacete-Murcia y
Valencia) a este y oeste, se ha quedado encajonada entre modernas
infraestructuras.
El paisaje es de las cinco torres el menos atractivo. Se
trata de una suave y extensa meseta, prácticamente plana, pero que no obstante
ofrecía una buena visibilidad hacia las torres limítrofes en ambos sentidos.
Torre 19. “Atalayón”.
He aquí una torre magnífica. La mejor conservada de toda la
Línea en tierras de Cuenca, además sin haber tenido aparentemente un uso
posterior. Es la más vistosa de todo el tramo, y a falta en la provincia de
Cuenca de una de estas estructuras restaurada y con la máquina reconstruida, es sin duda la que yo utilizaría
como ejemplo para mostrar el proceso de construcción y los elementos morfológicos
de una torre de telégrafo óptico de sistema Mathé.
Conserva los cuatro muros completos, y todo el alero de lajas
de piedra, salvo un corto tramo en el muro sur. En este muro y en el norte,
mantiene importantes restos del color amarillo fuerte original, del que también
queda algo en el muro oriental. Todos los vanos se encuentran en buen estado,
salvo la aspillera central del lado oeste que ha sufrido un intento frustrado
de ampliación. Dentro conserva el enlucido casi completo, con las improntas de
todos los elementos, incluyendo las escaleras en la esquina sudoeste, incluso
con la marca del tramo que daba acceso a la trampilla de la cubierta.
Como detalle, en la ventana oriental del cuerpo de maniobra
se conserva, a la izquierda, uno de los dos retenedores metálicos de la
contraventana, en tanto que su gemelo aparece partido junto a dos voluminosos
clavos que asegurarían el marco de la ventana. Es el único elemento de este
tipo en toda la provincia que ha sobrevivido al expolio de las torres, a tener
en cuenta a la hora de plantear una exhaustiva restitución de elementos en una
restauración.
La torre tiene a Castillejo de Iniesta como localidad más
cercana. A unos 4,4 kilómetros, es la más alejada de núcleo de población. El término
municipal es no obstante el muy extenso de Iniesta, que aquí se introduce al
norte entre los de Castillejo y Motilla del Palancar. La torre está ubicada en
el extremo meridional de la cuerda de sierra que baja del Talayón de Motilla,
de ahí su nombre. Esta torre y la siguiente son las dos de la comarca entre
masa forestal, lo cual acentúa su valor paisajístico, aunque los árboles hacen
que pierda la mayor parte de la diáfana perspectiva que tenía cuando estuvo
operativa, en tres de las cuatro direcciones. Hacia el norte nunca la tuvo, pues
la sierra en ascenso la priva de visión. Es la más alta del tendido, a 902
metros. Tiene un acceso inmediato desde la carretera, apenas un corto paseo por
senda cerro arriba. Para visitar sin duda.
Torre 20. “La Mochuela”
La última torre de La Manchuela (y de la actual provincia de
Cuenca) se levanta a 900 metros al sudeste de la pequeña localidad de Graja de
Iniesta, en un pequeño alcor a 866 metros sobre el nivel del mar, compartiendo
espacio con depósito de agua, moderno repetidor de telecomunicaciones y vértice
geodésico. Es, como todas las de la comarca, de acceso sencillo, en este caso
además inmediato desde la población.
Está completa, como su vecina la número 19, siendo además tan
parecida que desde ciertos ángulos incluso se duda al clasificar las
fotografías. Lo único que las diferencia al exterior es el alero, que en la
torre de Graja está algo más deteriorado, conservando sin embargo la mayor
parte. El bueno de D. José Miguel, torrero de segunda (y conflictivo por más
señas) supervisó la construcción de cuatro torres parecidas como gotas de agua,
de nuevo usando profusamente el ladrillo. Por cierto, que en esta también hubo
que reparar el plomo de la cubierta en 1849, pues las goteras llegaban al
sótano según parece.
Al interior, la torre cobija un voluminoso depósito de agua,
blanco por más señas, que ocupa la mayor parte del espacio. Otro uso inadecuado
pero que ha contribuido a la conservación de la estructura, aunque al carecer
de cubierta el deterioro continúa, sobre todo en la parte superior de los
muros.
A pesar de los árboles que cubren la elevación, es posible
obtener una buena perspectiva tanto hacia la torre anterior (a 12,40
kilómetros, la tirada más corta de la comarca) como hacia la siguiente torre,
la 21, “Altura de la Paradilla”, que ya vimos en la entrega anterior.
Esta última está a la friolera de 17,11 kilómetros, casi en el límite de observación
de las lentes, la distancia más larga entre torres de toda la Línea de
Valencia. De la razón ya hablamos: las Hoces del Cabriel. Colocar esta torre en
Graja de Iniesta fue un pequeño error que llevó a otro mayor, porque hubo que situar
la Torre 21 en una ubicación desfavorable que a su vez provocó la pifia de la Torre
22, en lo alto de la Sierra de la Bibuerca, que ya vimos. La distancia podía
haberse promediado alargando la visual desde la Torre 19 más o menos otros 2-3 kilómetros,
colocando la torre 20 en alguna de las elevaciones entre Graja y Minglanilla (hay
varias opciones). Ello, no obstante, no solucionaría el problema hacia el lado
de Requena. La mejor opción sin duda era haber intercalado otra torre más allá
de Minglanilla, ya sobre Contreras, que hubiese permitido una salida fácil de
la visual en Villalgordo del Cabriel y continuar el tendido hasta Requena al
sur de lo que hoy es la A-3. Hay que ponerse también en la piel de aquellos
sufridos ingenieros militares: trabajando con plazos de tiempo muy cortos,
utilizando una cartografía muy imperfecta y enfrentados a una orografía salvaje
como la que forman los abismos del Cabriel.
Por cierto que esta Torre 20 era la primera de la Sección
Cuarta de la Línea, que englobaba todas las torres de la comarca de Requena
salvo la última, la número 25, “Puntal de la Agudilla”, de tan buenos y nocturnos recuerdos para un servidor. Así que al pobre supervisor de sección le
costaba cruzarse el Puerto de Contreras, 24 kilómetros de nada más otros 24 de
vuelta, arriba y abajo, cada vez que tenía que venir a echar una filípica a los
torreros de Graja, cosa que parece ser que ocurría con cierta frecuencia, pues no hay nada como estar a trasmano para sacar la pata del tiesto. Y es
que estos desajustes organizativos (por llamarlos de alguna manera) a veces son
frutos de pura inadvertencia o descuido, pero en este caso yo diría que es
pura, dura y condensada mala leche. Puro sadismo, oiga. Pobre hombre.
Torre 17, "Atajollano", en Olmedilla de Alarcón. Colinas, lomas y bosquecillos entre viñedos, olivares y almendros. Tal es el paisaje de la Manchuela. |
Mapa del trazado de la Línea de Valencia de telégrafo óptico. Este ya lo vimos en la pasada entrega, pero no viene mal echarle un vistazo de nuevo. Ahora nos tocan las torres 16 a la 20. |
Pantano de Alarcón. Tramo final de la vega del río Gritos antes de la confluencia con el Júcar, desde la torre de Valverde de Júcar. Paisajes de la Manchuela, rojo, verde y amarillo. |
Cerro Telégrafo (derecha) y Cerro de San Roque (izquierda) desde el camino de Oncenero, a la salida de Valverde de Júcar. Aquí todavía la torre apenas es visible. |
Fachada oriental. Se aprecia también como hubo que reparar dos esquinas del cuerpo bajo ataluzado. Al ser de sillarejo hubieron se sufrir expolio de piezas. |
Interior. Escalera al primer nivel. Por supuesto moderna. Todo el interior, ya completamente abandonado, es degradación y mugre, así que no recomiendo a nadie que entre. |
Interior del piso de maniobra. La torre aún sufrió una segunda reforma en los años 90 que intentó convertir la parte superior en palomar, sin mucho éxito según parece. |
Perspectiva hacia el NO, con la ubicación de la Torre 16, en Valverde de Júcar. El penacho de humo marca más o menos la ubicación de Buenache de Alarcón. |
En sentido opuesto, la Torre 18, en Motilla del Palancar, aunque hoy en día no es visible por los árboles que se interponen. Abajo, en la hondonada, Olmedilla de Alarcón. |
La Torre de Motilla en el horizonte. Un paisaje extrañamente plano, amplia zona amesatada a unos 850 metros de altura entre los cauces de los ríos Valhermoso y Valdemembra. |
La gran herida de la torre. La esquina suroeste ha caído y se ha llevado por delante media fachada occidental. Falto de sostén el muro sur también se ha rajado en dos. |
Fachada sur. El daño es más que evidente. La esquina al desgajarse provocó fisuras de estiramiento, que con el paso del tiempo se han agravado. |
En ladera y entre pinos, tal es la primer imagen que ofrece la Torre 19, la mejor conservada (que no restaurada) de todas las de la Línea de Valencia en la provincia de Cuenca. |
Fachada oeste. Prescindiendo del intento de ampliación de la aspillera central, está perfecta. Hasta el alero está casi íntegro. |
Restos del enlucido exterior. es visible en todas las fachadas, en mejor o peor estado, salvo en la occidental. |
Detalle de la puerta (fachada oeste) y del interior de la ventana del piso superior en la fachada opuesta. |
Alzado de la torre, desde el interior. La ruina está empezando a hacer mella en los dinteles. Demasiado han soportado ya.... |
Graja de Iniesta desde la torre. |
Para la primera parte de este trabajo, Preliminares: https://www.turalia.blog/2019/08/el-telegrafo-optico-parte-1.html
Para la segunda parte, Las Torres de Requena: https://www.turalia.blog/2019/11/el-telegrafo-optico-parte-2.html
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